Como mantener una masturbacion prolongada


(Colaboracion de Mark)

La masturbación prolongada comprende dos partes distintas: la primera concierne a la masturbación seca; la segunda, a la masturbación con lubricante.


Si bien los movimientos de ciertos ejercicios tienen bases comunes, su ejecución varía considerablemente. La sensibilidad del pene lubricado es más importante puesto que resultará manipulado en el estado en que suele estar en el transcurso del coito. El control es más difícil de conservar. Retenerse sin debilidades y con constancia aparece como una hazaña imposible para un gran número de hombres, ya que su voluntad no es suficiente para contener su placer.

En tales condiciones, poner un dique y dejar pasar sólo una parte de esas sensaciones, para mantener lo esencial de la excitación en el sentido físico, no es por cierto realizable para la mayoría; no hay más remedio que trabajar y mejorar; la mejor forma de adquirir estas virtudes es pasar por los peldaños de los ejercicios de estimulación prolongada seca. Conviene seguirlos al pie de la letra.

Esta masturbación prolongada recurre a movimientos que resultan relativamente fáciles de controlar, para evitar el goce, pero también puede ser conducida a su paroxismo para desembocar en la eyaculación.

La primera regla de rigor para llevar a buen puerto un control eyaculatorio perfecto es conservar durante el mayor tiempo posible el movimiento de estimulación del comienzo y no ceder al deseo natural de retomar el gesto ritual de la masturbación o del coito, ya que esto te haría concluir muy rápidamente.

Así, durante toda la duración del ejercicio, el movimiento es idéntico. Lo mismo se cumple rigurosamente en lo que concierne a la velocidad y a la presión, sólo con pequeñas diferencias propias de la sensibilidad de cada uno. Para los que lo ignorasen ha de decirse que cuanto más largo es el período de excitación, más potentes son la eyaculación y el placer.

Hay algo aún más importante: es totalmente posible obtener un placer prolongado y constantemente renovado sin ir hasta la eyaculación. Si ésta es necesaria para liberar las tensiones sexuales normales, no es absolutamente indispensable.

En el terreno fisiológico, las estimulaciones múltiples con retención eyaculatoria aumentan de modo considerable la tensión sexual hasta el punto de alcanzar una congestión máxima que, cuando se libere, desencadenará el más voluptuoso de los orgasmos.

Es justamente por el hecho de que el acrecentamiento paulatino del placer es a menudo muy rápido por lo que eyaculación y goce se confrontan.

Esto es tan habitual que prácticamente la totalidad de los hombres, y con mayor razón las mujeres, consideran que hay goce cuando sobreviene la eyaculación o, de forma recíproca, que el goce se produce cuando aparece la eyaculación.

Realmente, esta asimilación vale sobre todo por su aspecto visual y no siempre es justificable; todos lamentan, sin embargo, que el período preeyaculatorio no pueda durar más.

Ello equivale a decir que la eyaculación no constituye la totalidad del placer o incluso que el goce no es más que el punto extremo y más alto tanto del placer como de su punto de no retorno.

Los que tienen esta «suerte» de acrecentar la duración o de retenerse más tiempo podrían confirmarte que es mucho mejor «antes de». Por otra parte, existe una manifestación indudable de falta de excitación real en los hombres que confunden el placer con la eyaculación: ausencia de secreción mucosa uretral bastante tiempo antes de la eyaculación.

Digamos aquí simplemente, para aquellos que lo ignoran, que se trata de una secreción transparente y mucilaginosa de origen no espermático que aparece a veces en el meato con el pene en reposo y, más generalmente, con la verga en estado de erección. Su papel es la autolubricación natural del glande, y así, facilita la penetración vaginal.

Cuanto más grande es la excitación, esta secreción mucosa que traduce el bienestar se hace más presente y se renueva una y otra vez. Las eyaculaciones muy rápidas se producen prácticamente siempre cuando el glande está todavía seco: es la prueba de la poca excitación debida a una estimulación sumaria.

Si tú formas parte de estos hombres apresurados, conviene que hagas los ejercicios de este capítulo siguiendo escrupulosamente su desarrollo. Cierto que eso no será siempre fácil: a veces cederás al impulso de tu reflejo habitual y llegarás a efectuar la manipulación sobrante que te llevará al punto de no retorno; entonces eyacularás, te tomarás todo tu placer, sin remordimientos, sin lamentos y sin amargura, ya que habrás tomado la decisión de terminar con este sentimiento sórdido y funesto; habrás decidido enriquecer tu sexualidad y liberarte de este tabú totalmente nefasto.

No tengas ya más, pues, este sentimiento de culpabilidad, ya que no serás nunca culpable por hacerte el bien.

Muchos de estos ejercicios no recurren al movimiento clásico de la masturbación, demasiado excitante como para que puedas prolongarlo más allá de sus límites, lo que llevaría a excluir todo progreso posible y real. Algu-nos retoman de forma más perfeccionada movimientos y estimulaciones propios de los ejercicios de la parte precedente de este libro.

Sin embargo, te convencerás de que podrán, si tú lo quieres, hacerte eyacular.

Has de saber, además, que tu constancia será doblemente recompensada por el conjunto de todos estos ejercicios, ya que alcanzarás los objetivos de un placer inigualado: desde todo punto de vista excepcional en la masturbación y de un perfecto control eyaculatorio en tus coitos.

Por ello no conviene que espacies demasiado estos ejercicios. Para coger gusto e interés en ellos es necesario que sean relativamente frecuentes; de otro modo corres el riesgo de dejarte seducir una vez más por tu inclinación natural. De todos modos, si un día u otro no estás en forma o no sientes el menor deseo, déjalos para más tarde. No obstante, recuerda que el hambre viene comiendo.

Probando sucesivamente los ejercicios propuestos en un orden aleatorio, pero respondiendo a todas las sensibilidades, el lector podrá establecer por sí mismo un orden creciente de dificultades.









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  MASTURBACION SECA


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PRACTICA 1

Estás sentado al borde del asiento, con los testículos parcialmente aprisionados entre los muslos apretados uno contra otro. Comienza la estimulación de la siguiente manera:

Los cinco dedos de tu mano derecha se colocan detrás de la corona del glande y la rodean, con el pulgar sobre el dorso y con el glande liberado por completo.

Dos dedos de la mano izquierda participan de esta estimulación colocándose en la base del pene: el índice a la derecha y el pulgar a la izquierda; estos dos dedos se encuentran en el punto de unión de las uñas.

Conviene que mantengas tus piernas cruzadas y dobladas; asimismo, has de permanecer con la espalda totalmente recta.

Los dos dedos de la mano izquierda comprimen el pene estirándolo hacia abajo. Los dedos derechos sujetan con firmeza el glande al tiempo que emprenden un movimiento clásico de arriba a abajo y de poca amplitud. Los dedos no se desplazan sobre el cuerpo del pene, sino que permanecen firmemente sujetos detrás de la corona, y mientras se alargan, la mano izquierda bien apoyada en el muslo no se mueve; se limita a mantener bloqueada la base con firmeza y ejerciendo una presión constante.

Este estiramiento del pene comienza a provocar que éste se hinche. Haz este movimiento con la suficiente lentitud: de cuatro a cinco idas y vueltas por segundo. Cada vez que los dedos llegan al punto superior se estrechan más que cuando se desplazan hacia abajo; estás ahora con una erección o al menos a punto de tenerla.

Es el momento de aumentar la velocidad de esta estimulación. Los dos dedos izquierdos se hunden, por medio de sacudidas regulares, en el interior del pene en el momento en que los dedos derechos están en el punto más alto de su desplazamiento.

La combinación de estas dos presiones aumenta considerablemente tus sensaciones. Has llegado al momento en que sientes mayores deseos de masturbarte con mucha rapidez y de la forma habitual. Resiste a este deseo ya que el objetivo es prolongar la excitación el mayor tiempo posible aumentando la presión sanguínea en el pene y, particularmente, en el glande.

Déjate ir contra el respaldo sin desplazar las nalgas y conservando las piernas en la misma posición. Este simple desplazamiento hace que el pene se endurezca, mientras que el glande se vuelve turgente. Irás a continuación cada vez más rápido, lo que te obliga a modificar este movimiento que se hace casi doloroso en el nivel en que descansa tu pulgar.

Mediante un juego muy ligero de muñeca proseguirás por vibraciones laterales que alternarás con el movimiento precedente. Sientes una oleada de comezón que se desplaza por el exterior de los muslos, desde las nalgas hasta las rodillas.

Entras ahora en la fase en la que puedes prolongar tus sensaciones de bienestar tanto como lo desees; para ello has de decirte que no sientes deseos de eyacular, sino sólo de recoger el placer que te produce esta manipulación.

Los dedos de la mano izquierda se encuentran formando un anillo al que desplazas lentamente a todo lo largo del cuerpo de tu pene, sin apretar, sino deslizándose de una manera un poco más apoyada en el momento del mo-vimiento hacia arriba. Durante todo este ejercicio la mano derecha continúa sus vibraciones.

Sientes un placer cada vez más vivo y, a la vez, una especie de irritación. Te parece que va a sobrevenir la eyaculación, pero no debes darle importancia.

Detente medio minuto manteniendo las manos en la misma posición. Cierra los ojos, distiéndete, inspira profundamente. Retoma los movimientos, pero esta vez con más fuerza y más rapidez. Cuando sientas una nueva oleada que presagia lo que será la eyaculación, déjalo: estabiliza la respiración y cálmate.

En este instante constatas la aparición en el meato de ese famoso líquido preeyaculatorio que es el indicador de la tensión extrema de tu excitación. No te toques durante algo más de un minuto, hasta que tu erección disminuya; luego recomienza. Serán necesarios pocos segundos para que vuelvas a «trempar» intensamente.

La mano izquierda se aferra ahora por completo al pene; te masturbas lentamente conservando la posición de los tres dedos alrededor de tu glande, sin desplazarlos.

A partir de este momento deberías poder «retenerte» mucho más, pues esta estimulación puede proseguirse durante unos cuantos minutos antes de que sobrevenga una vez más el deseo de eyacular. A partir de que sientas otra vez esa necesidad, detente de inmediato y aprieta con fuerza el pene: el líquido de placer surge con mayor abundancia por tu glande: muy bien, ello prueba que has logrado conservar tu dominio en la excitación.

Después de dos o tres minutos, vuelve a la masturbación clásica, pero sólo con la mano izquierda. Te aconsejo los desplazamientos cortos y una presión moderada.

Hazlo con lentitud y con mucha regularidad. Siempre con la espalda apoyada, completamente relajado, distiende bien las piernas, más separadas que juntas, con lo cual se liberan los testículos, que estaban parcialmente aprisionados entre los muslos. Los ojos están cerrados y te concentras en el placer que te invade; se trata de un punto fijo, ya no tienes deseos de eyacular, no deseas más que una cosa: que dure.

Entonces sigue este consejo: ten la voluntad de detenerte un buen cuarto de hora, de manera que tu erección desaparezca por completo. Este largo período de descanso es indispensable para que la excitación desaparezca del todo.

Vuelve entonces otra vez a estimular tu pene. A1 cabo de muy poco tiempo vuelve la erección; en este momento sólo la mano izquierda masturba, siempre con lentitud. Para evitar una gran amplitud en el movimiento de vaivén, lo mejor es apoyar el antebrazo en el brazo del sillón o, a falta de éste, en el muslo; esto es extremadamente importante ya que su posición limita de forma obligada el juego de la muñeca. Cuida asimismo que la mano no vaya más allá de la corona del glande: el vaivén debe detenerse justamente debajo de ésta. Una tercera precaución: insensiblemente, a medida que crece tu placer y sin que lo adviertas, aprietas las nalgas o, dicho de otra manera, pones rígido tu cuerpo acumulando una gran tensión que, si continúas, precipitará el advenimiento de tu placer.

Relaja entonces las nalgas, distiende las piernas, concéntrate bien en tu firme masturbación, lenta y suave pero sobre todo extremadamente regular.

Es necesario que llegues a disociar por completo tu pene de tu cuerpo. ¡Permanece laxo mientras él está duro!

Una vez que hayas recomenzado la masturbación, cierra los ojos a fin de concentrarte mejor. Si hasta aquí has seguido a la perfección estas indicaciones, llegarás pronto a un punto de equilibrio muy fácil de mantener: el pene está duro, el movimiento siempre regular puede durar indefinidamente sin que experimentes la necesidad de gozar.

De tanto en tanto, para reforzar la tensión sexual, mírate fijando la atención sólo sobre el glande, mientras contraes las nalgas y extiendes las piernas.

Esta combinación hace que ascienda por ti un repentino flujo de placer.

Continúa la masturbación sin acelerar hasta el punto en que sientas que el proceso de eyaculación va a sobrevenir: escozores en la zona sacra, ondas a lo largo de tus muslos. Detente rápido, cierra los ojos, conserva la mano alre-dedor del pene. Recomienza sólo después de dos o tres segundos.

Esta vez continuarás sin necesidad de detenerte, siempre que no te mires ni aprietes las nalgas. Prácticamente ya no puedes eyacular involuntariamente. No lo harás hasta que lo decidas.

Tu cabeza da vueltas, te sientes invadido asimismo por un placer sordo y aguzado a la vez. ¡Te puedes retener una hora si quieres!


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PRACTICA2

Siempre sentado, pero esta vez en el fondo del sillón, llamarás a tu sexo a la actividad mediante una estimulación, para obtener una erección y una preparación a una masturbación prolongada que recurren prácticamente al mismo movimiento.

Tu actitud es medianamente relajada, con los muslos separados y las piernas algo extendidas. Concentra la mirada en tu sexo.

En primer lugar, la mano izquierda contiene los testículos, con los dedos casi juntos cerca de la raíz externa del pene.

La mano derecha retira el prepucio, y solamente con el índice y el pulgar, situados frente a frente, harás que sobrevenga la erección. Siempre mantenidos en su posición detrás de la corona, no comprimen el glande sino que se apoyan en él con delicadeza. En un primer tiempo, la mano izquierda conserva su inmovilidad y los dos dedos derechos desplazan muy lentamente el pene de arriba a abajo. No realices otra cosa más que esta sencilla incitación. El calor que transita por los testículos pasa con mucha rapidez al pene, que gracias a este desplazamiento suave y lento se hincha con sorprendente rapidez.

Si al cabo de algunas decenas de segundos, y no más, no sientes ni ves ninguna modificación, no precipites las cosas: de nada sirve ser impaciente, ya que lo importante es que la erección se produzca gracias a este movimiento; el mismo movimiento que te masturbará para aprovechar un placer que durará indefinidamente.

Ninguna otra estimulación podrá lograr una prolongación tan perfecta.

Contempla pues con mucha atención los dos dedos y el desplazamiento del glande que hasta ahora se niega a aumentar de tamaño, e imprime impulsos muy sutiles al pulgar y al índice derechos. Esta combinación es sufi-ciente para producir un comienzo de modificación notable.

No detengas el movimiento, dale sólo mayor amplitud. Es casi imposible que al cabo de uno o dos minutos no llegues a una erección semirígida.

A medida que aumenta la progresión, la piel del pene se pone tensa y los dedos derechos ganan un contacto mucho más estrecho en el lugar sensible en que están apoyados.

Sin desfallecer, y con igual constancia en la regularidad, puedes proseguir durante muchos minutos; el pulgar y el índice izquierdos se hunden progresivamente en la base del pene, mientras contraes los músculos pelvianos: debes sentir la contracción del ano. Se ha establecido la erección.

Ahora se trata de aumentar la intensidad del placer, todavía difuso, sin precipitarte en una masturbación clásica.

Amplifica al máximo el desplazamiento del pene estirándolo hacia arriba al tiempo que intensificas la presión en su base. Si continúas el tiempo suficiente, tu propio placer no querrá sino prolongarse de este modo; empezarás entonces a hacerlo fluctuar alternando estos grandes movimientos axiales y los desplazamientos más restringidos, aunque también más rápidos, sin modificar ni un detalle en lo que respecta a la posición de los dedos.

A1 cabo de algunos minutos, la rigidez del pene alcanza su apogeo y el glande adquiere una tonalidad púrpura; es el momento de modificar la estimulación de base adaptándola a la totalidad de la mano derecha.

Apoya cómodamente el antebrazo en el brazo del sillón; el movimiento que harás a continuación no será perfecto sin este apoyo. Rodea ahora con los cinco dedos el glande, pero sin cogerlo; no ejerzas ninguna presión, sólo se trata de imprimirle el mismo movimiento, pero con una velocidad que un domi-nio firme haría imposible. Es tu puño el que transmite el impulso a los dedos mediante una vibración de muy poca amplitud y gran rapidez. Los golpeteos que así se obtienen se producen sobre la corona del glande, con el pulgar colocado en el dorso y los cuatro dedos restantes delante.

No dejes de contener con firmeza los testículos prosiguiendo con las presiones y las relajaciones. Modifica entonces ligeramente esta incitación.

Bloquea los cinco dedos y estira por arriba el glande como si quisieras arran-carlo del resto del miembro. Ejercidas unas veinte veces, estas tracciones aumentan considerablemente el aflujo sanguíneo hacia el glande. Retoma el movimiento precedente, que ahora alternas con éste: la excitación se hace, en efecto, cada vez más intensa, experimentas escozores difusos en toda la zona de la pelvis.

Después realizas estos movimientos vibratorios, aunque sin abandonar tu glande; entonces tus sensaciones comenzarán a ser más vivas; esta corriente de placer que parte de arriba desciende a lo largo de todo el pene hasta los testículos. Los dedos de la mano izquierda se desplazan en la base misma del pene, y por consiguiente, liberan los testículos. Con el pulgar, el índice y el mayor realiza a este nivel masajes cortos pero decididos que, a su vez, harán que la corriente remonte hasta la cima.

La alternancia de todos estos movimientos provoca una mezcla de placer e irritación que por momentos querrás mantener y por momentos desechar. Siguiendo largo rato todavía esta combinación de movimientos, franquearás un límite tras el cual desaparecerá la irritación para dejar su lugar a una intensa sensación de placer.

Sigue pues con esta alternancia. A1 cabo de un tiempo (muy variable para cada persona) la excitación se hace brutalmente intensa: esto corresponde a la aparición del líquido lubricante del que muchos hombres ignoran la existencia y la significación. Esto te está diciendo que no tardarás mucho tiempo en eya-cular.

Detente. No te muevas, cierra los ojos y haz un vacío mental, sin pensar en otra cosa que en tu respiración (realiza al mismo tiempo fuertes inspiraciones); esta manera de proceder te calma al cabo de pocos segundos; la tensión cae y recuperas la lucidez.

Es normal que en este momento constates una pérdida parcial de la erección, ya que la excitación ha superado el estado en el que deberías haber eyaculado. Esto presagia una masturbación que podrás proseguir durante un tiempo que al comienzo ni siquiera eras capaz de imaginar. La estimulación ha exacerbado tu glande y la sangre se estanca en espera de su reactivación.

A partir de ahora puedes masturbarte de la siguiente manera: con la mano izquierda, con un movimiento de vaivén pronunciado, por desplazamiento de la piel, sin abordar el glande, que se ha vuelto muy irritable; hazlo con lentitud, luego retoma el movimiento con la mano derecha, pero con mucha rapidez, y cambia de mano cada veinte movimientos de ida y vuelta aproximadamente. Esta alternancia de las manos influye considerablemente en la prolongación de la masturbación y, por lo tanto, de tu placer.

Como consecuencia de la excitación prolongada que ha precedido a esta masturbación, puedes ahora controlar con mucha mayor facilidad la ascensión del esperma.

En efecto, durante varios segundos, cuando sientes claramente que se va a producir, eres capaz de proseguir sin riesgos y de detenerte cuando lo juzgues indispensable.

Haz menos rápido el movimiento y disminuye la presión un cincuenta por ciento. El deseo de eyacular desaparece entonces muy pronto. Puedes volver a empezar, sin esfuerzo, con un dominio total.

Es preferible abandonar el ejercicio antes de eyacular.

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PRACTICA3

Adopta la misma posición que en el ejercicio precedente, un poco más relajada, sin embargo, en lo que respecta a las piernas.

El presente ejercicio es excitante en extremo y procura sensaciones particularmente agudas. Su originalidad reside en que sólo involucra la parte situada debajo de la corona del glande, sin otros tocamientos fuera de la zona; pero lo más picante radica en el hecho de que se lleva a cabo con los dedos únicamente (e incluso con la punta de los dedos), desde el origen de la estimulación hasta la eventual eyaculación. Basta con dos o tres modificaciones en los movimientos para que puedas variar tu placer con eficacia.

Los muslos se hallan ampliamente abiertos, los testículos libres y sin presiones, tu mirada se concentra en la acción de los dedos. Debes notar que puedes, hasta el final, mantener los ojos bien abiertos contemplando tu actividad sin que ello tenga la más mínima influencia sobre una posible eyaculación prematura.

Aun si el procedimiento te parece al comienzo un poco insípido, no te inquietes, no te lo reprocharás si perseveras.

Libera el glande pero sin estirar por completo el prepucio; deja la cantidad de piel justa para formar una especie de rodete alrededor de la corona. Coloca los dos pulgares sobre este rodete cara a cara, y los dos índices por debajo y frente a frente. Como el pene estará fláccido, se trata de no brutalizarlo con torpeza. Deja que el tiempo actúe.

Haz que los dedos ejecuten un movimiento alternado de báscula. Mientras los pulgares ascienden, los índices descienden, todo ello sin discontinuidad y con mucha lentitud.

Suele suceder que durante el primer minuto no se produzca ningún efecto; no obstante, es necesario proseguir, pues los signos de la modificación no tardarán en aparecer.

Poco a poco el pene se hincha. Cuida siempre de que los índices estiren cada vez más hacia abajo mientras los pulgares no cesan de echar el prepucio sobre la corona, sin cubrir el glande; esto es importante porque la excitación no se efectúa más que en esta parte.

De tanto en tanto vuelve a poner los dedos en el lugar inicial, pues tienen tendencia a desplazarse, especialmente los pulgares, que no deben descender al dorso del pene, para lo cual es necesario que su desplazamiento sea extre-madamente corto.

A medida que se modifica la consistencia del pene, acelera estos movimientos de báscula apoyando más los pulgares. Esta nueva relación amplifica el alargamiento del miembro y te conduce a la erección. Mantén esta cadencia durante varios minutos hasta que el glande comience a henchirse; a partir de este instante las sensaciones se hacen muy agudas. Es el momento indicado para dar a tu miembro una fuente de excitación diferente.

Los cuatro dedos, situados frente a frente, efectuarán el movimiento inverso: en lugar de alternarse pulgares e índices, el índice y el pulgar izquierdos pasan a oponerse al índice y al pulgar derechos. Aproxímalos uno a uno pinzando la piel del prepucio, siempre de modo alternativo y lateralmente. Tirando de la piel, el estrechamiento de los dedos empuja el cuerpo del pene al interior del hueco formado por los otros dos dedos, que se abren y lo vuelven a enviar mediante el mismo movimiento a los dedos del comienzo.

Para que esta estimulación surta efecto es necesario comenzarla con bastante rapidez y aumentar la velocidad de forma progresiva a medida que los propios movimientos se adaptan a los dedos. Si esto es sencillo cuando se lleva a cabo con cierta lentitud, es cada vez más difícil de hacer a la perfección si se aumenta la velocidad. En efecto, los dedos opuestos tienden a pellizcar al mismo tiempo, lo que provoca cierto displacer y, eventualmente, dolor. Las dos manos deben estar impecablemente sincronizadas para alternar como se debe la estimulación efectiva.

Más tarde vuelves a comenzar el movimiento inicial, que se modifica ligeramente como consecuencia de la tensión del pene. La erección hace que la piel se tense en dirección de la base. Hace falta pues abreviar aún más el mo-vimiento de los pulgares, que rechazan el glande hacia arriba mediante el pliegue del prepucio. Apoya bien en el centro, con los pulgares hacia delante y presionando; los dos índices se desplazan más abajo en su proyecto y estiran al máximo el frenillo.

La excitación prosigue, el glande se hincha y enrojece, sobreviene un placer real.

Vuelve a comenzar con las estimulaciones laterales, siempre muy cerca del glande, como si quisieras separarlo del resto del pene, el cual, a su vez, se vuelve extremadamente rígido. Durante muchos minutos alterna estos dos movimientos sólo con la finalidad de acrecentar la concentración sanguínea y la radicación de la erección.

Más tarde aporta una tercera variante a los dos movimientos de base: desciende simultáneamente los cuatro dedos y vuélvelos a subir (a lo largo de uno o dos centímetros, no más) en un movimiento de vaivén clásico, y luego desplázalos de dos en dos, pero en sentido contrario: mientras el pulgar y el índice derechos suben, el pulgar y el índice izquierdo bajan. Aumenta la velocidad y la presión; al acelerarse, el movimiento adopta una forma elíptica, lo que acrecienta la excitación.

A partir de este punto puedes combinar los tres movimientos haciéndolos alternar según se le antoje a tu fantasía y a tus sensaciones preferidas.

La excitación gana las nalgas, que se endurecen y empujan a la pelvis hacia delante. Las piernas se ponen rígidas, la erección es completa, llegas así al estadio en el que sientes deseos de empuñar tu pene para masturbarte. Evidentemente, si ése es tu deseo, nada te lo impide.

Pero no olvides que cuanto más seas capaz de mantener tu excitación en el grado más alto, más podrás retrasar tu eyaculación... con todas las ventajas que resultan, tanto para tu propia masturbación, que ejecutas tú mismo u otra persona, como para un coito prolongado y bien controlado.

Al cabo de pocos minutos tu perseverancia es recompensada, comienzas a sentir un intenso placer, que realmente te da deseos de proseguir el mismo gesto.

Acabas de franquear el paso delicado: el glande, intensamente requerido, se ha ingurgitado por completo de sangre y se hace muy sensible y, sin duda, turgente. Pero lo más importante es la aparición en el meato de dos o tres gotitas del famoso líquido que indica tu inmenso grado de excitación y la inminencia de tu eyaculación.

No te detengas, no es necesario; reduce velocidad y presión, ello basta para que disminuya la tensión sexual; no tienes necesidad ni siquiera de cerrar los ojos: entras en una fase en la que es posible hacer durar tu placer todo el tiempo que quieras.

Se instala una especie de oleada picante que parece no detenerse nunca.

A partir de este estadio, tienes tres posibilidades: hacer que cese esta exasperación recurriendo a la masturbación habitual; detenerte en este punto o detenerte un poco después sin que tengas ninguna necesidad de eyacular (no sentirás por ello ninguna frustración), y, por último, continuar con este único movimiento. En la postrera posibilidad, constatarás que el placer extremadamente agudo que precede a tu eyaculación tiene un sabor muy diferente al que obtienes por medio de la masturbación tradicional.


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PRACTICA4

Éste es un ejercicio de estimulación prolongada verdaderamente sorprendente.

Estás sentado, en una actitud relajada; comienzas a excitarte con ayuda de las manipulaciones extraídas de algún ejercicio para favorecer la erección.

Cuando tu pene comience a estar lo bastante hinchado y levantado, rodea con el pulgar y el índice derechos la corona del glande formando un anillo a su alrededor. La mano izquierda comienza un masaje suave de los testículos. Te masturbas clásicamente de arriba abajo, sin que se desplace el anillo que aprieta con fuerza la base del glande.

A1 chocar contra la corona, el pene se estira. Es exactamente el mismo procedimiento que el del primer ejercicio de esta parte, pero con una colocación diferente de los dedos. El anillo se desplaza uno o dos centímetros, no más. Insisto en el hecho de que la piel del prepucio no se desplaza y no cubre el glande en cada movimiento; sólo se produce estiramiento del pene. Este movimiento muy corto choca contra el glande, que aparece estrangulado y dirigido hacia arriba. La erección se produce y, casi al mismo tiempo, aparecen los primeros anuncios del placer.

La cadencia adoptada desde el comienzo es lenta y muy regular. A cada movimiento de ascensión debes apretar el anillo ejerciendo una compresión seca. Los otros dedos están abiertos y, por consiguiente, no tocan la verga.

Cuando se manifieste un aumento de la tensión, aprieta mucho el anillo, como si quisieras reventar el glande. Detente un breve instante; con cuatro o cinco segundos es suficiente. Recomienza aumentando la velocidad y apretando menos, luego aminora la velocidad y, más tarde, vuelve a apretar.

Este es el momento en que la mano izquierda cesa de excitar los testículos. Retírala por completo y relaja el brazo. La mano derecha y su anillo continúan solos su movimiento. Ahora la erección es realmente muy fuerte. Repliega las piernas para favorecer la distensión muscular de los muslos. El glande se hincha y adquiere una tonalidad púrpura. Ahora no tienes que hacer prácticamente nada más que algunas variaciones de presión y de velocidad pero conservando la amplitud inicial y siempre por intermedio del anillo. Cuando entreveas el deseo de que sobrevenga la eyaculación, reduce la velocidad al mínimo.

Esta estimulación se hace terriblemente excitante y la cabeza te da vueltas; a partir de este momento eres capaz de hacer disminuir la tensión y de acrecentarla acto seguido: sólo hace falta que aprietes el anillo lo más fuerte posible manteniendo tus piernas plegadas y luego estirarlas al mismo tiempo que aflojas un poco la presión de tus dedos. Entonces aparece el líquido lubricante preeyaculatorio.

Llegas ahora a la «fase de meseta», un período que podrás prolongar a tu antojo.

Para que aparezca el deseo de eyacular y luego para hacerlo desaparecer en el momento indicado sin que tengas que detener la estimulación, pasarás a una velocidad superior.

Retira del pene el anillo que formaba tu mano derecha y mastúrbate con la izquierda, en toda la longitud del pene y con marcado vigor, sin que por el momento cubras el glande; aguantas mucho tiempo antes de que vuelvan las ganas. La estimulación que has ejercido desde el principio te permite un control absoluto. Sientes realmente que «te viene» y puedes, si es tu gusto, renunciar a ello.

También puedes constatar que tu erección es sólida y, por así decirlo, definitiva. Para comprobarlo, cesa de masturbarte y no hagas nada con las manos: tu erección se mantiene durante decenas de segundos, se trata del «bloqueo venoso» logrado. En verdad, se requiere mucho tiempo para que comience a desaparecer.

Vuelve a comenzar tu masturbación con la mano izquierda, pero esta vez dejando que tu mano frote el glande: el placer renace, pero se trata de un placer que estás seguro de controlar.

Luego continúas y tu cabeza girará más deprisa. Te hallas en una especie de «estado segundo»; te puedes imaginar incluso en el interior de una vagina y estar seguro de controlar tu eyaculación a la perfección.

Ahora llevarás tu excitación al máximo, alternando tu masturbación con la mano izquierda y con la derecha. Cuando reaparezca con mucha fuerza el deseo de «acabar», vuelve a colocar el anillo alrededor del pene: unos pocos movimientos idénticos conducirán tu tensión hasta el límite de la situación sin retorno.

Decide entonces, por intermedio de tu voluntad, dominar tu inminente eyaculación. Aprieta muy fuerte o, si ello te parece insuficiente, desplaza ligeramente tus dedos para realizar un squeeze*: al producirse el reposo muscular, el peligro se soslaya.

Recupérate durante algunos instantes, suelta las manos. Tu pene se mantiene.

Has llegado a un nivel de placer tan intenso, debido a la progresión de las estimulaciones, que durante bastantes minutos no querrás que cese, lo harás durar.

Nada más sencillo: recoge las piernas o estíralas sin dejar de masturbarte. Con la única condición de «cerrar los ojos», no eyacularás.

Extiende las piernas, contrae la musculatura y observa tu pene; el efecto es inmediato: te «viene».

En este punto, tu decisión te pertenece ya que eres perfectamente dueño de tu control: o bien te detienes sin sentir el menor atisbo de frustración, o bien «decides» eyacular.

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PRACTICA5

Es éste un ejercicio de masturbación prolongada realmente extraordinario. Lo harás cuando te halles particularmente excitado 0 bien cuando la eyaculación precedente ha sido reciente.

Su interés es doble: la erección llega muy rápido al pene fláccido y recalcitrante, pero puedes sobre todo mantener la masturbación sin la menor detención y durante todo el tiempo que lo desees.

Sin ninguna duda, la mejor posición es aquella en la que estás sentado y completamente apoyado contra el respaldo de un sillón o de un sofá.

Traigo una vez más a colación las múltiples constataciones que he podido realizar acerca del comportamiento universal de los hombres (y de las mujeres): suelen «dar manivela» mediante un arriba-abajo inmediato a un pene apático, con obstinación y a menudo sin grandes resultados.

Una de las mejores maneras de proceder en este caso no radica en el movimiento sino en la «vibración».

Te hallas, pues, sentado; inserta total o parcialmente los testículos entre los muslos, apretados uno contra el otro, con las piernas estiradas.

Coloca el pulgar y el índice de la mano izquierda apoyados, sin apretar, en la parte inferior del pene, que está en el interior de la mano derecha, con los dedos abiertos, el pulgar en oposición respecto al dorso y el puño angulado respecto al antebrazo. El pene, aunque disminuido de tamaño, se encuentra así estirado en el hueco de tus dedos y paralelo a éstos.

Mediante un rápido juego de báscula de la muñeca, imprime una alta velocidad a los dedos que encierran el pene: son vibraciones extremadamente rápidas que lo hacen chocar alternativamente con el pulgar y con el resto de los dedos.

A1 cabo de pocos segundos, el resultado aparece: el pene comienza a hincharse ligeramente; mientras aumenta en longitud, ten cuidado sobre todo de no detenerte. A1 tiempo que prosigues con estas vibraciones, los dos dedos de la mano izquierda transmiten, mediante presiones moderadas e intermiten-tes, una estimulación a la raíz de la verga. Extiende bien tus piernas, endurece los músculos, bloquea las nalgas. De modo inexorable, el pene cambia y accede a un estado de semierección.

Desplaza entonces los dedos de la mano derecha, apriétalos contra el glande y prosigue con las vibraciones con la mayor rapidez posible, sin soltar tu presa. Las vibraciones agitan la parte media del pene; ello te recuerda las ondulaciones que hace una cuerda sacudida con rapidez por uno de sus extremos.

Desplaza los dos dedos de la mano izquierda, júntalos en la base del pene y lleva a cabo ligeras fricciones de arriba abajo y desde el medio del pene hasta su raíz. Más tarde agrega, de modo progresivo, otro dedo, masajea con un poco más de firmeza, luego otro dedo más y, para terminar, tras una serie de movimientos idénticos, toda la mano.

Continúa estas dos estimulaciones de manera conjunta (vibraciones con la mano derecha y masaje con la izquierda) hasta el momento muy cercano en el que las vibraciones ya no pueden provocar este movimiento ondulatorio; entonces, sin cambiar de actitud, estira el pene mediante un movimiento arriba-abajo lento pero decidido. A1 mismo tiempo, la mano izquierda, que realizaba un masaje muy apoyado de arriba abajo, ejerce presiones sin des-plazamiento pero también muy firmes. Cuando hay presión de la izquierda, hay estiramiento de la derecha. Luego mezclas las dos estimulaciones con la mano izquierda, tres o cuatro presiones cada vez más acentuadas y masajes cada vez más pronunciados.

Es el momento en el que, por tu propia voluntad, sientes ganas de proseguir de otra manera. Hazlo pues: por un encadenamiento lógico, el masaje se convierte en masturbación, pero conserva un tiempo los dedos sin moverlos alrededor del glande, hasta abandonarlo definitivamente. La mano izquierda, entonces, realiza el movimiento de arriba abajo sin tocar el glande; comprime con mucha fuerza el cuerpo de la verga haciendo muy lento el movimiento.

Las piernas, que estaban apretadas desde el comienzo, se abren y liberan los testículos. Sientes que eres perfectamente capaz de prolongar la masturbación hasta el infinito. Te sientes bien, aunque no experimentas la llegada inminente de un placer irresistible.

Aligera entonces la presión sobre el pene y pasa a una velocidad muy rápida. A1 cabo de pocos segundos eres consciente de que no tardarás mucho en eyacular.

Desconcéntrate de modo repentino, relaja los músculos y haz más lentos los movimientos apretando con mucha fuerza el pene. Luego continúa con mucha ligereza y rapidez: renace la intensidad del placer.

A partir de entonces puedes cambiar de mano y seguir con un ritmo normal y con mucha regularidad. Curiosamente, y sin que lo adviertas realmente, acabas de pasar la fase crítica.

Te hallas entonces en el «estado segundo»; experimentas confusamente la sensación de que te estás masturbando, pero tu conciencia está como dormida: tus gestos no te pertenecen y parece que se llevan a cabo por sí solos.

Tu sentimiento más agudo, independiente de tu satisfacción sensual, está construido sobre el orgullo, orgullo de un éxito del que, quizá, no te creías capaz.

Para volver a experimentar los intensos segundos que preceden a la marea eyaculatoria puedes retomar con la mano izquierda las dos estimulaciones ya descritas, pues es un hecho que se ejercen mejor con dicha mano.

Ahora, más aún que con la derecha, prolongarás tu placer hasta el punto más alto y todo el tiempo que desees.

Tras la masturbación lenta y firme, y luego de que se disipe un poco el deseo de eyacular, aumenta poco a poco la velocidad en lugar de reactivarla, todo ello aligerando la presión. No precipites el cambio: la operación debe ser continua.

Para terminar, llegas al mismo punto que antes pero después de tomarte el tiempo necesario para habituarte: así descubres este goce preeyaculatorio.

Basta con dejar que tu espíritu flote y marche a la deriva. Si quieres eyacular, concéntrate en el pene.

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PRACTICA6

Esta clase de estimulación puede interesar a todas las personas del sexo masculino, sobre todo a aquellas que aprecian una cierta firmeza desde el comienzo.

Se trata de hacer que sobrevenga la erección según una «adaptación» del movimiento usual de la masturbación en un pene fláccido y fatigado.

Por regla general, y en el caso de una excitación natural, no es indispensable proporcionar estimulaciones a los testículos. El pene moderadamente dispuesto no tiene necesidad de ayuda complementaria; es más, ciertas maniobras manuales no hacen más que aumentar con demasiada rapidez el placer y precipitar la eyaculación.

En el caso del pene perezoso, la complementariedad de las estimulaciones es prácticamente obligatoria, mas puede variar según la firmeza o la ligereza de éstas; es cuestión de gusto, pero, más aún, de oportunidad.

Si, antes incluso de cualquier forma de estimulación, te encuentras muy excitado, todo toqueteo, toda caricia, toda manipulación resultan indicados.

Pero el problema es inverso y doble: tratar de retrasar el momento, «aguantar el mayor tiempo posible» o, lo que no constituye un problema, aliviar en las pausas más indicadas, una tensión excesiva.

En el caso de relativa apatía sexual, cuando por una estimulación fortuita o querida, constatas una modificación positiva, no cambies, sobre todo, con demasiada rapidez el origen de ésta; en la mayor parte de los casos no harás más que retrasar, o incluso interrumpir, el proceso que ya se ha desencadenado.

Justamente, este ejercicio se refiere a este estado preciso. A1 realizarlo podrás poner en aplicación este principio.

Elige estar de pie, pues esta posición, con mucho la más tónica, aporta su contribución a la solución.

Mantener las piernas apretadas es prácticamente «obligatorio», pues es necesario que tu estimulación manual se vea reforzada por una tensión muscular apropiada. En efecto, si mantienes las piernas juntas puedes bloquear más tus nalgas; los músculos así contraídos favorecen el advenimiento de la erección al comprimir la zona pelviana.

Con la totalidad de la mano izquierda coges los testículos, con el pulgar y el índice apoyados a una y otra partes de la base del pene: el pulgar flexionado resulta aún más efectivo. Ambos dedos se hunden en la raíz mientras los restantes comienzan a realizar tracciones del escroto.

Coloca el pulgar de la mano derecha en el dorso del pene, con el glande sólo parcialmente descubierto ya que es necesario que el prepucio pueda deslizarse y cubrirlo posteriormente. El índice y el mayor se colocan debajo, de frente al pulgar y bien situados sobre el eje.

Con cierta firmeza pero sin ejercer una presión excesiva, y con sólo estos tres dedos, comienzas por un movimiento de masturbación clásica.

Empieza por ocuparte de tu pene conservando el apoyo de los dedos, estables, es decir, sin que se desplacen hacia el exterior pero que, mediante el movimiento de vaivén, obliguen a estirarse al pene. Así pues, es el cuerpo de éste el que se ve estirado y contraído. Tu movimiento comienza con un ritmo medio, sensiblemente similar a la velocidad de un coito «bien montado». La mano izquierda tensa el escroto, estira los testículos y los masajea; el pulgar y el índice continúan su presión. Contrae las nalgas de modo intermitente, alter-nando relajamientos y compresiones, pero con un ritmo más lento que el de la masturbación.

En los primeros segundos, estas incitaciones no demuestran su efecto. No cedas, no cambies nada, prosigue al tiempo que intensificas tu mirada.

Al cabo de pocas decenas de segundos (en todo caso siempre antes del minuto) es casi imposible que no constates un hinchamiento del pene. Apoya cada vez con más firmeza, con la fuerza y la convicción apropiadas, y pon el acento sobre el siguiente detalle de gran importancia: cuando los dedos derechos estiran hacia delante el pene, el efecto de fuerza y de presión muy localizado a nivel de su impacto debe afirmarse más; imprímeles un impulso en forma de sacudidas que vengan a percutir contra el glande. El efecto es completamente satisfactorio, más aún que la no lejana erección; este impulso es el que transmite la mejor sensación, pero ésta no se experimenta plena-mente si la masturbación no se practica con «nervio».

A medida que el pene se hincha y se estira resulta más difícil proseguir sin que los dedos no se desplacen sobre la piel, que, debido al estiramiento, pone el glande al descubierto. Resulta prematuro masturbarte gracias al desliza-miento normal de la piel por el cuerpo del pene. Realiza pues apoyos más alejados, es decir, «gana piel» situando tus dedos más atrás; se trata de proseguir durante mucho tiempo todavía, hasta el límite en que una imposibili-dad real requiere otra cosa.

No olvides la enorme estimulación de tu mano izquierda que masajea ahora con extremado vigor: extiende las piernas y aprieta definitivamente las nalgas.

Esta permanencia de las tres incitaciones lleva no sólo a la erección deseada sino que también se acompaña de cierta molestia en lo que respecta al movimiento central, creando así un cierto dolor o, mejor dicho, cierta inco-modidad. No cedas todavía, tu glande puede aún impregnarse más y ello te parecerá aún más fácil a efectos de prolongar tu masturbación.

Cuando al fin comiences a hacer deslizar los tres dedos, la sensación será bien desagradable y casi sentirás deseos de retomar el movimiento precedente. No dura mucho; mastúrbate ahora vigorosamente, siempre de la misma manera; sobre todo, no cojas tu pene con la mano. El pulgar, el mayor y el índice son indispensables para acceder a este estado de gracia que se mantendrá tanto como desees. Ahora sientes la oleada de placer que parece subir desde las piernas hasta el miembro y descender para volver a subir: se trata de un placer real que querrás prolongar.

La verdad que no es difícil hacerlo: tus muslos, si permanecen cerrados, precipitarán la eyaculación.

Disloca las caderas tomando apoyo sobre una sola pierna y separa el muslo no bloqueado; instantáneamente el flujo de la excitación disminuye y casi desaparece sin que tengas que limitar o detener la masturbación. Mantente así durante algunos segundos; luego vuelve a aproximar los muslos; en cuanto a la mano izquierda, prosigue con ella el masaje cada vez con más vigor.

Cuando reaparece el deseo de eyacular, vuelve a comenzar.

A1 cabo de cuatro o cinco de estas alternancias, la necesidad se hace cada vez más urgente y el tiempo de recomenzar tu masturbación aumenta, lo que, a su vez, hace necesario una mayor separación de las caderas. ¡Cuida que no sea demasiado tarde!

Llegado justo al límite, dislócate al tiempo que contraes las nalgas: de este modo detendrás por completo el precipitarse de la eyaculación.

Es entonces que aparecen las «perlas lubricantes» que traducen tu sobreexcitación.

Has franqueado el límite en el que la eyaculación puede sorprenderte, eres ya completamente capaz de retenerla sin que ceses de masturbarte. Hasta que decidas concluir.


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PRACTICA7

Tomarse tiempo para hacer el amor, tomarse tiempo para acariciar a otro, tomarse tiempo de hacer el amor consigo mismo, tomarse tiempo para masturbarse.

He aquí las claves y las palabras más rigurosamente indispensables para alcanzar la verdadera voluptuosidad.

Pero ¿cuántos hombres, en realidad, lo saben? ¿Por qué, tratándose incluso de su egoísmo, son capaces de considerar por sí mismos lo que podría ser aún mejor?

Simplemente porque siempre han pensado que la pulsión sexual es demasiado imperiosa, desde el instante en que la causa de la excitación se ha presentado, como para poder ser dominada.

Así, se dejan llevar por la facilidad que representa el camino más corto. En este sentido el hombre es la imagen apenas matizada de la bestia, ya que, más que una carencia evidente de inteligencia, es la «voluntad» lo que realmente falta; o, si se prefiere, su inteligencia no lo determina en esos momentos en que es necesario dar pruebas de voluntad.

Sólo ella permite controlar el placer, dirigirlo, canalizarlo, hacerlo fluctuar, hasta someterse, cuando lo desea, a él y en él sumergirse.

La afirmación puede formularse de una manera netamente menos teórica:

Cuanto más largas son la estimulación sexual y la exacerbación de la sensualidad, más se mantiene la erección y más desgarradora es la eyaculación. Los ejercicios de esta parte del libro no tienen otra finalidad que hacerte descubrir y apreciar esta verdad.

Síguelos al pie de la letra para realizar el aprendizaje del control de la voluntad.

La estimulación propuesta en este capítulo es prácticamente la misma desde el comienzo hasta el final. Estás de pie, con las piernas sin apretar y los músculos de las nalgas laxos. Por supuesto, el pene se halla en reposo; la mano izquierda, si eres diestro, se ocupará de él durante toda la duración, con excepción de los últimos segundos (si deseas eyacular).

Pon los dedos en la posición siguiente: el pulgar sobre el dorso del pene, a mitad de camino entre la zona media y la corona del glande, que se halla descubierta. Los cuatro dedos opuestos se disponen en línea separados entre sí, con el índice situado en el frenillo y el meñique en la inserción del escroto, hundiéndose en éste. El apoyo de tus cinco dedos es firme desde el comienzo de esta estimulación. Los cuatro dedos inferiores estiran la piel hacia atrás al máximo sin que se produzca ningún desplazamiento. Sólo el pulgar rechaza hacia delante el glande apoyando con fuerza; con esto hace que la piel del prepucio envuelva ligeramente la corona.

Resulta muy agradable contemplar el miembro durante todo el ejercicio. El pulgar prosigue su movimiento arriba-abajo y choca contra la corona de manera profunda, lenta y regular. Puedes constatar que el glande se oscurece muy rápidamente y que, por su parte, el resto del pene se hincha de modo gradual.

Cuando estas modificaciones se acerquen a una semierección, prosigue la misma estimulación, pero esta vez con un desplazamiento de los dedos inferiores debido al estiramiento de la piel. De ello se sigue que el pulgar y los dedos opuestos hacen un movimiento contrario, el frenillo resulta estirado hacia atrás y el pulgar, debido a su empuje, hace que el glande bascule hacia delante. Ten mucho cuidado de que este movimiento no caiga en una simultaneidad que se parecería demasiado a la masturbación tradicional. En efecto, la manipulación aquí descrita permite mantener una estimulación extremadamente prolongada sin desencadenarse el deseo de una eyaculación demasiado precipitada.

Cuando sientas, precisamente, que tu placer se hace más exigente, no modifiques ni el ritmo ni la presión: limítate a disminuir ligeramente la amplitud. Lo más importante es apartar sin dilación la mirada. Ello basta para reducir la tensión hasta un nivel controlable.

Cuando la erección esté completamente establecida, has de permanecer atento pues este movimiento tiene también la particularidad de ser extremadamente eficaz para engendrar una eyaculación.

La ventaja de esta disposición de los dedos radica en que facilita la operación de squeeze (uno o varios). Te corresponde comprimir con decisión el pene entre el pulgar y el índice: al cabo de algunos segundos, el deseo eya-culatorio se disipa, sin que ello, no obstante, comprometa la erección.

A partir de este límite constatarás que la erección se mantiene. Puedes incluso cesar toda clase de estimulación durante algunas decenas de segundos sin que aquélla se reduzca. Por lo tanto, puedes fácilmente alternar estas estimulaciones con paradas voluntarias. Tu placer será un poco más intenso cada vez y resultará perfectamente controlado.

A partir de este instante puedes incluso acentuarlo. Deja que los dedos se coloquen en ángulo abierto con relación a tu muñeca (como en la culata de un fusil); los dedos inferiores se tocan, estiran siempre hacia atrás sin dejar de comprimir, el pulgar acentúa la presión de su masaje y ello obliga al pene a inclinarse hacia la derecha.

Como en la mayor parte de estas estimulaciones originales, puedes perfectamente detenerte sin querer eyacular; habrás conocido un placer duradero sin que intervenga la frustración. Cultivarás un orgullo del todo justificado ante este nuevo comportamiento. Sin embargo, también puedes gozar legítimamente sólo a partir de este momento, ya que habrás puesto a prueba la capacidad para contener la eyaculación.

Habida cuenta de la duración muy larga del mantenimiento del placer, tu goce será terriblemente intenso y tu eyaculación muy poderosa.

Conserva tu mano en su primera posición y agita tu pene con los movimientos arriba-abajo usuales, aunque con la amplitud más corta posible y, asimismo, con la mayor de las velocidades.

Bastan dos o tres segundos.

Si quieres gozar aún con más intensidad, hazlo con la mano derecha, siempre y cuando la coloques en una posición idéntica.

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PRACTICA8

Se presenta ahora un ejercicio que conviene en gran medida a quienes son víctimas regulares de eyaculaciones precoces, tengan o no dificultades de erección.

Es necesario que adquieran el conocimiento profundo de sus sensaciones sexuales, pues es indispensable que descubran sobre todo cómo controlar progresivamente sus eyaculaciones intempestivas.

Es también evidente para todos que cuando se habla de eyaculaciones precoces se hace referencia al coito y nadie, absolutamente nadie, habla de estas eyaculaciones igualmente rápidas cuando aparecen en el curso de la masturbación.

Personalmente pienso -y puedo probarlo a los desafortunados que a despecho de la consideración que manifiestan por el coito prosiguen paralelamente con sus masturbaciones solitarias- que su «enfermedad» tiene todas las posibilidades de remediarse, precisamente por intermedio de la masturbación y en el curso de ésta... a condición de que admitan previamente su justificación, no como un fin con pequeños medios, sino como una subli-mación del placer.

La originalidad de este ejercicio es doble. Ante todo, recurre a estimulaciones diferentes; luego, cada una de ellas se ejecuta con lógica, pero separadas entre sí por un período de reposo.

El principio es simple: es necesario que el pene que se resiste a obedecer se vea obligado a habituarse a estimulaciones repetidas pero espaciadas. Se requieren estimulaciones breves al comienzo, y luego cada vez más prolongadas y períodos de inactividad inversos.

Lee acto seguido el camino a seguir, incluso si no padeces ese otro inconveniente que es la dificultad de erección.

Te hallas de pie y tienes, necesaria e imperativamente, que mirar tus maniobras durante todo el ejercicio. Esto es en extremo importante para aunar juiciosamente la estimulación visual, que te empuja a gozar rápidamente, con las técnicas masturbatorias, las cuales, debido a su programación, tienen como efecto un retraso de tu goce.

Si eres diestro, la mano izquierda sola comienza la estimulación. Sólo colocas el pulgar, el mayor y el índice un poco por delante de la mitad del pene, mirando hacia el abdomen. La cogida debe ser ligera, suave. Mediante cortos impulsos, le imprimes sacudidas de arriba abajo; la flexibilidad debida a su flaccidez permite un movimiento axial importante de su parte anterior, en la que, evidentemente, se hallará el glande al descubierto.

A1 cabo de un tiempo que varía según seas más o menos sensible a esta incitación (a menudo en menos tiempo del que imaginas), tu pene se hincha y se alarga. No cambies nada en tu gesto, ni la moderada velocidad que has imprimido desde el comienzo, ni la ligera presión de tus dedos.

Cuando el pene adquiere un estado de semirigidez, mantén la cadencia haciendo sólo un poco más fuerte el apoyo del pulgar.

Prosigue entonces esta estimulación simple durante el mayor tiempo posible, pues es la primera base seria para corregir la eyaculación precoz. En primer lugar, el glande experimenta los impulsos indirectos que le aportan excitación, sin que haya el menor contacto. En segundo lugar, la parte que está en contacto con los dedos es la menos sensible del miembro. Por último, esta estimulación mantiene indefinidamente una erección muy correcta y no se parece en nada al clásico movimiento de vaivén.

Cuando, por último, la rigidez del pene ya no permite el quiebro por encima de los dedos, hazlos retroceder hasta la raíz, apriétalos aun mas y acelera netamente el movimiento. El pulgar apoya dos veces más que los dedos inferiores allí donde se han encontrado con el meñique. Estas sacudidas deben ser ahora muy marcadas e incluso nerviosas.

Si perteneces al grupo de hombres que padece «dificultades de erección», bloquea los músculos de las nalgas con mucha fuerza para aumentar la tensión sexual; en el caso contrario, cuida de relajar la musculatura.

Ha llegado el momento de la erección: el pene se balancea en su totalidad, el glande cobra un color púrpura. Tienes que continuar esta manipulación durante quince minutos por lo menos; no te expones para nada a la eyaculación ya que este movimiento contribuye al aumento de la presión venosa en el cuerpo del pene, pero no favorece la expulsión del esperma. Detenlo todo ahora y deja tranquilo al miembro durante por lo menos cinco mi-nutos.

Una vez que ha pasado este tiempo, coloca suavemente los dedos tal como se hallaban antes de la interrupción. Sin duda tu pene se habrá «deshinchado»; retoma la estimulación en el punto en que la habías interrumpido; pronto el miembro recobrará su aspecto anterior. Compensa la presión del pulgar mediante una presión análoga de los otros dedos; el pene ostenta ahora una sólida erección y, gracias a la conjunción de estas dos fuentes de apoyos vi-gorosos con balanceo de arriba abajo, experimenta una rotación alrededor de su base en sentido antihorario.

Nuevamente mantén este ritmo durante el mayor tiempo posible y luego detén una vez más la manipulación, menos, no obstante, que la primera vez: basta con uno o dos minutos.

Puedes constatar que la pérdida de erección es mucho menos importante y que la reanudación de la estimulación es, a su vez, más rápida.

Cuando el pene vuelve al punto en que se encontraba anteriormente, modifica la colocación de los dedos inferiores; se hunden en el escroto y lo estiran con fuerza hacia abajo; sólo el índice permanece en la raíz externa del pene.

Recomienza entonces con el movimiento de balanceo de arriba abajo: las inflexiones se hacen muy cortas, incluso secas, y hacen que el «placer» viaje por el pene; la piel se halla por completo replegada hacia atrás, el glande ostenta su máxima turgencia.

Mantén entonces esta estimulación el mayor tiempo posible. Tampoco en este caso tienes que temer una eyaculación, que no puede tener lugar y que, de cualquier modo, ya no sería prematura, habida cuenta del tiempo que has dedicado a tan agradable excitación.

Es el momento en que sientes ganas de «masturbarte». No lo hagas, detente unos veinte a treinta segundos. Tu erección se mantiene sólida hasta el momento en que realmente sientas deseos de «acabar».

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PRACTICA9

Así como es más fácil retrasar la eyaculación cuando las estimulaciones sexuales se alejan del esquema de la masturbación tradicional, existen asimismo técnicas de masturbación prolongada que se adaptan al vaivén clásico.

El presente ejercicio se apoya principalmente en este gesto milenario.

Es absolutamente necesario que se realice de pie pues esta actitud es la única conveniente para ejecutar este simple movimiento del cuerpo, frenando la marea eyaculatoria.

Los eyaculadores precoces tienen especial interés en controlar las detenciones cuando están indicadas, para luego acortarlas de modo progresivo y, al fin, suprimirlas. La finalidad de esta estimulación, clásica por sobre todo, reside en una prosecución continua de la excitación, es decir, que el pene debe estar en condiciones de soportar mucho más allá de lo soportable, siempre que no haya interrupciones.

Evidentemente, todos los otros artificios naturales ya expuestos en otra parte, intervienen según el momento y según el estado: la mirada que se fija o se aparta, los músculos de los alrededores tiesos o relajados, la zona erógena de los senos «agredida» o dejada de lado.

Comienza la estimulación como te guste, según tu método propio o por uno correspondiente a los ejercicios precedentes; aquí el comienzo tiene poco importancia.

Me ocupo, pues, del ejercicio desde el momento en que experimentas una erección persistente, a sabiendas de que has superado el estadio preparatorio.

Entras ahora en el período durante el cual se manifiestan las primeras ondas del placer. Es la fase más atractiva y que, precisamente por eso, hace que los hombres tiendan a precipitarla en lugar de contenerla.

Atención, eyaculadores precoces: abandonen inmediatamente el pene; un segundo más y podéis arrepentiros.

Tras un tiempo de tregua que varía según la sensibilidad de cada uno, reemprende tu masturbación mediante el clásico vaivén. No olvides la contracción y la relajación de las nalgas, pues en ello radica toda la diferencia. Una nueva advertencia a los «desafortunados»: desde el momento en que aparece una onda de placer más aguda que las precedentes, tened el coraje de suspender instantáneamente. Todos os tenéis que acordar de que el goce será tanto más intenso cuanto más veces haya sido contenido vuestro placer.

Por último, aparece la fase capital, que precede en muy poco tiempo al «punto de no retorno».

Separa discretamente las piernas, si se tocaban, unos treinta centímetros; inclínate hacia delante, sin dejar de masturbarte, ahueca los riñones y echa hacia atrás las nalgas, pero sobre todo intenta llevar el pene a una posición paralela a la horizontal e incluso más abajo.

Esta vez es inminente: sientes el brusco aumento de tu tensión. ¡Dos o tres segundos más y eyacularás!

Sigue ahora con la mayor exactitud estas indicaciones, sin cesar de masturbarte: de una manera espontánea, pero sobre todo coordinada a la perfección, flexiona las piernas unos diez centímetros echando hacia delante las nalgas y hacia atrás el vientre; no muevas los muslos y toma simplemente un ligero apoyo en las piernas; pero sobre todo, sobre todo, masturba el pene en posición vertical, bien apretado contra el vientre.

El efecto es inmediato y espectacular; el deseo de eyacular desaparece instantáneamente. Puedes proseguir durante algunos instantes así, incluso bastante tiempo; has retrocedido lo suficiente como para permitírtelo.

Para que renazca este placer sordo y muy sutil que precede al desbordamiento del esperma, vuélvete a poner en la posición anterior, y así sucesivamente. Cada vez podrás constatar la eficacia sorprendente de este ejercicio que consiste en jugar con fuego sin interrumpir jamás la masturbación. Se trata del absoluto control de las fluctuaciones del placer.


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PRACTICA 10

Sin lugar a dudas, la posición acostada sobre la espalda es la que permite una mejor relajación y, por consiguiente, la que ofrece la ventaja de mantener, durante el mayor tiempo posible, una masturbación prolongada y, sobre todo, el placer de la fase preeyaculatoria.

Precisamente a causa de esta inmovilidad obligada del cuerpo, el cerebro disocia con mayor nitidez la parte correspondiente a lo físico; pero en esta relativa facilidad, lo más difícil no es tanto tener la voluntad de detenerse a tiempo, sino la de seguir «desconectando» lo cerebral.

Te tumbas en una actitud de gran relajación, con las piernas ampliamente separadas, ya que así te será más fácil no dar rigidez a tus piernas ni activar la musculatura de las nalgas. Ya por tu predisposición y por tu desnudez, sin ninguna excitación sofisticada, tu erección adviene. Desde este momento, el deseo de gozar, superior al propósito de hacer durar tu placer, te empuja habitualmente a una masturbación frenética cuya duración no excede unas decenas de segundos.

De hecho, puedes optar por ello para renovar tu placer al cabo de una hora o dos; ¿quién te lo reprocharía? Sólo que no hay que olvidar que este segundo placer, aun si dura mucho tiempo, no es por ello más fuerte: es de intensidad variable y siempre más restringido en lo que respecta a la eyaculación.

Lo ideal es conquistar el control que se pone en el segundo para realizar el primero. Allí, y sólo allí, reside la dificultad enorme de la gran mayoría de los hombres.

Asimismo, hay que saber que la mano que masturba, si es extraña, acelera mucho el proceso de la eyaculación y que su impacto no se halla en el tacto sino en la idea que uno se hace de él; es pues más psíquica que física.

Hete aquí por qué es indispensable realizar este aprendizaje aisladamente, para conocerse bien, si uno quiere sacar beneficio de la duración y del placer acrecentado de ser masturbado.

Empiezas de modo muy clásico; antes de que sobrevengan los primeros signos de la ascensión del placer, empero, conduce la mano derecha a la mitad superior del pene, sin que el glande sea frotado jamás con tus manos. Ejecuta un vaivén muy corto de modo que la piel del prepucio lo recubra casi por entero; no desciendas más allá del rodete del glande, es decir, del anillo formado por tu pulgar y tu índice.

Cuando la mano asciende nuevamente, es necesario hacer desaparecer el vértice del pene en su interior rodeándolo lo más completamente posible.

La mano izquierda puede entonces coger la mitad inferior del pene y ejercer allí una presión fuerte y constante. Esta disposición de las manos, si tienes cuidado de colocar el pene en la vertical (perpendicular a tu vientre), cobra la apariencia de una penetración vaginal.

Para que disminuya la intensidad del placer, ejerce tracciones muy marcadas hacia arriba; para aumentarla, reduce la amplitud del vaivén -ya de por sí corto- y limítalo a la corona del glande, siempre bien cubierta por el prepucio, de modo que el vértice del glande no sobresalga de la mano.

Asimismo puedes combinar con estas variaciones los efectos que procuran los cambios de velocidad: cuando la masturbación se lleve a cabo mediante tracciones hacia arriba, aminora la velocidad hasta el extremo; cuando la masturbación se circunscribe a la corona del glande, hazlo con mucha mayor rapidez. También puedes hacer intervenir las modificaciones obtenidas mediante la presión: fuerte y marcada cuando te hallas arriba, y ligera en la base del glande.

Cuando el placer comience a hacerse más apremiante, afloja la mano izquierda y conserva sólo el índice y el pulgar, a los cuales haces descender hasta la base del pene; rodeándola, apriétala con fuerza. Ello es suficiente para estabilizar tu placer en un punto soportable. Si a pesar de esta maniobra sientes la inminencia de la eyaculación, interrumpe durante algunos segundos la masturbación y acerca el pene al abdomen; no hace falta más para que el deseo desaparezca.

A partir de este instante podrás constatar la rigidez de la erección, ya que cuanto más dure la masturbación, más definitiva será la acumulación sanguínea.

También aquí el cerebro debe desempeñar su papel director; cuando gracias a la voluntad has rozado apenas el punto de no retorno, la fase de meseta puede prolongarse indefinidamente si logras disociar plenamente lo físico de lo mental. Concretamente, es necesario que la mano continúe masturbando de una manera casi automática mientras dejas «flotar» la mente. No debes pensar en lo que estás haciendo, no buscar imágenes precisas de parejas, de penetración y de eyaculación. Sólo así llegarás a ese «estado segundo» en el que tu cerebro, privado de toda excitación complementaria, no captará más que las sensaciones localizadas exclusivamente en tu sexo; no son éstas las que te harán eyacular, sino la emoción creada por la representación de un goce precedente.

Esta capacidad para disociar el placer de la emoción (y por lo tanto de prolongar todo lo que desees este exclusivo placer), puede lograrse de la misma manera si eres masturbado por tus propias manos o por otras. Por el contrario: ¡reconduce tu espíritu a tus manipulaciones y eyacularás al cabo de tres segundos!


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PRACTICA 11

El siguiente ejercicio puede considerarse una continuación del precedente. Suponiendo que has terminado por eyacular, menos de una hora después puedes hacer que renazca el deseo, el placer y una nueva eyaculación. En este caso, tras el establecimiento de la erección, es evidente que la prolongación de la masturbación para hacer durar el placer es infinitamente más fácil de llevar a cabo.

La verdadera «dificultad» puede situarse en el terreno de la erección; según las naturalezas y las circunstancias, una excitación, aunque sea sumaria, puede hacer que vuelva; a veces, la satisfacción primera parece no dejar lugar al menor deseo: el pene completamente apático no pide más que reposo, mientras que lo cerebral quisiera «gozar» una vez más.

Insisto en lo dicho en los ejercicios de la primera parte, es decir, que no sirve para nada emprender el gesto clásico en un pene en reposo tras la satisfacción. Es más, existen todos los motivos para que semejante manipulación produzca el efecto contrario.

En este caso, una excitación indirecta, no táctil, se revela particularmente eficaz, pues los estímulos de orden psíquico transmiten casi en toda ocasión reacciones positivas: una película o unas fotografías pornográficas, a falta de escenas reales, engendran deseo la mayor parte de las veces.

Puedes igualmente verificar el automatismo de la reacción por la estimulación psíquica si en lugar del voyeurismo pones una cierta dosis de exhibicionismo: sin cometer el menor atentado al pudor, ya que te hallas en casa y no en el balcón, el hecho de estar desnudo y de poder ser visto desde una ventana situada enfrente desencadena el mismo proceso: de espectador te conviertes en actor; estos dos aspectos de la excitación visual son de la misma esencia que, en otro registro, el sadismo y el masoquismo.

Basta entonces con agregar algunas caricias a tu desnudez para obtener lo que el encarnizamiento de tu mano no siempre puede alcanzar, con mayor razón en la intimidad o la oscuridad.

Siempre acostado como en el transcurso del ejercicio anterior, los pulgares y los índices se colocan en la base del pene, previa liberación del glande. Estirarán con fuerza hacia abajo, como queriendo hundirse en la pelvis. El pene aparece entonces completamente suelto y, aun cuando está fláccido, se conserva en posición perpendicular al vientre.

Sin desplazar los dedos, imprímeles un movimiento de atrás hacia delante que produzca sacudidas rítmicas y ligeras, siempre estirando con fuerza la piel del pene hacia abajo. Esta manera de actuar desencadena el comienzo de la erección, con la condición de continuar de manera muy regular.

A mitad de camino entre la apatía inicial y una nueva erección normal, comienza sin esperar más con una masturbación clásica pero con lentitud, sobre todo cuidando de obtener una estimulación contraria, es decir, que la presión no debe ya ejercerse hacia abajo, sino hacia arriba. Debes pues presionar más fuerte cuando la mano se remonta hacia el glande. Detén el gesto justo antes de llegar a éste, antes de que el prepucio pase a cubrirlo. Debes poder proseguir durante largo tiempo, incluso cuando la erección se ha hecho más estable, sin que experimentes el deseo de masturbarte con mayor energía. No precipites nada, al contrario, aprovecha este estado de gracia para que el placer cobre vuelo y llegue oportunamente a su madurez.

En efecto, de continuar podrías experimentar un nuevo orgasmo, pero a continuación verás la indicación de un movimiento que te hará descubrir un placer netamente más prolongado.

La adquisición de su técnica no es fácil pues requiere una destreza y una agilidad que deben mantenerse durante cierto tiempo para ser controladas y, por lo tanto, apreciadas; sin embargo, la excitación transmitida, aun cuando sea aproximativa, es tan virulenta que la eyaculación sobreviene en menos tiempo que el que se tarda en nombrarla:

Rodeas la base del glande con el anillo formado por el pulgar y el índice, pero sin que ellos toquen la corona, únicamente sobre la piel del prepucio. Con anterioridad, «enroscas» dicha piel alrededor del glande; dicho de otra manera, haces que el prepucio efectúe una rotación justo bajo la corona, al máximo de su estiramiento en sentido lateral izquierda-derecha ya que es tu mano derecha con la que has orquestado esta magnífica excitación.

Una vez cumplimentada esta disposición, el glande, posiblemente repleto ya de sangre, aparece literalmente estrangulado. Tus dedos así colocados sobre el rodete no se mueven más y se contentan con mantener su presa moderadamente apretada.

Tu mano se abre entonces y los tres dedos restantes se extienden. He aquí lo que tienes que hacer, sabiendo que es mucho más difícil mantener bajo el efecto de la estimulación que ejecutarla: de una manera extremadamente rá-pida imprimes a la muñeca y al antebrazo, mientras el codo no tiene ningún apoyo, un movimiento de báscula vibratorio alrededor de su eje, de amplitud muy débil. Tus dedos extendidos aumentan entonces por su percusión sobre el cuerpo del pene la oposición de su fuerza de inercia.

Todo esto semeja un poco a una estimulación ya comentada, pero difiere considerablemente a causa de la forma de coger el pene, de la posición de los dedos extendidos y de la falta de apoyo del codo.

El deseo de eyacular es fulgurante: bastan dos o tres segundos si no se anda con cuidado y, sobre todo, si por el hecho de la inexperiencia se deja que el cerebro resulte impresionado por esta estimulación. .

Para habituarse a este placer preeyaculatorio y para aprender a hacerlo durar mientras es tan intenso, es absolutamente necesario «desconectar» el cerebro, olvidar por completo lo que hacen los dedos, relajar todas las tensiones musculares y hundirte en un estado de ingravidez.

Esta manipulación verdaderamente asombrosa puede volver a ejecutarse con iguales resultados una tercera vez. ¡La verdad es que hace falta estar muy saciado para que no llegue a su objetivo!

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PRACTICA 12

Este ejercicio da término a la primera parte de la sección consagrada a la masturbación prolongada seca, en la que ésta se efectúa principalmente en un pene en reposo y cuyo movimiento rítmico conduce la piel en el interior de la mano.

Antes de abordar la explicación considero necesaria la siguiente advertencia:

La zona en que se sitúa la mayor sensibilidad del pene es la corona del glande y más precisamente, durante la erección, su porción dorsal, allí donde el prepucio rebrota en estado de turgencia.

Esta advertencia es útil para tomar conciencia de que, independientemente del papel determinante del psiquismo, y para hablar sólo del aspecto técnico y físicamente sensual de la masturbación, esta zona determina el hecho de que se sea o no un eyaculador precoz, el acortamiento de la fase de meseta y la aceleración de la eyaculación.

La mano, y con mayor exactitud el interior del pulgar que pasa y vuelve a pasar por encima del rodete, incluso a pesar de la protección que constituye la piel del prepucio, desencadena una sobreexcitación que abrevia el tiempo de la masturbación y, por consiguiente, del placer que ésta provoca. Por el contrario, la mano que sabe detenerse en el momento justo sobre el glande mantiene la
erección, contiene al placer y retrasa la eyaculación (esta precaución deja de ser indispensable cuando se tiene acceso al «estado segundo» del que hablare-mos a continuación).

El ejercicio que propongo ahora es, sin ninguna duda, el más acabado, el más difícil, pero también el más eficaz.

Siempre acostado en la cama y siempre con el cuerpo relajado, con las piernas medianamente separadas, la estimulación sexual comienza por las manipulaciones que tú desees: reducidas a un modo aproximativo si ya te ha-llas excitado pasablemente, más elaborado si lo estás menos y francamente intensas (como las de la primera parte de este libro) si piensas que no lo estás en absoluto.

A partir del momento en que la erección se manifiesta, mastúrbate con mucha regularidad, muy lentamente, sin apretar el pene, pero sobre todo hazlo con la mano izquierda y sin que ésta pase jamás por el glande; debe detenerse en el borde mismo de éste, como esbozando el movimiento.

A1 mismo tiempo, tu pensamiento debe alejarse de la acción; haz el vacío absoluto y, para ello, cierra los ojos con mucha vigilancia pues no debes olvidar que una sola mirada de dos o tres segundos hacia el glande en erección hacen más que dos minutos de masturbación a ciegas. Esto es primordial al principio, si no quieres perder el control, ya que la alarma que constituye la primera ascensión del esperma es, con mucho, más difícil de obedecer; resulta pues temerario agregar al tacto la injerencia de otros sentidos.

Para ayudarte en esta búsqueda del vacío cerebral, sin dejar de tener la cabeza inmóvil y relajada, imagina simplemente que la meneas, concéntrate en la ejecución ficticia de este gesto alternativo que te acuna y te distancia de la acción que está llevando a cabo tu mano. Este procedimiento imaginario debe ser constante e intenso como para que tu psiquismo esté en ventaja respecto a tu físico; más precisamente: debe cobrar mayor altura que las sensaciones que vendrán a «agredirlo». Preparado de este modo contra ese flujo, sin dejar por ello de estar «liberado», podrás contenerlas sin dificultades insuperables.

Cuando sobreviene la primera oleada de placer, que precede en pocos segundos a la eyaculación, tu introspección se hace más atenta; para ello, aprieta los párpados con más fuerza, estabiliza la respiración sin dejar de masturbarte cerca de la raíz de tu pene. El deseo debe desaparecer pronto. Si no es el caso, ya que hace falta cierto entrenamiento, haz squeezes inmedia-tamente. Más tarde reanuda con el mismo estado de ánimo hasta la próxima oleada, con la que procederás de la misma manera. Al cabo de dos o tres alarmas, puedes cambiar de mano, alternarlas, masturbarte sólo mediante el anillo pulgar-índice, activar los músculos de las nalgas, con el pene estirado y muy tendido hacia arriba. Luego te distiendes y te masturbas con menos fuerza y con mayor rapidez limitándote a la parte inferior del pene.

Desde hace algunos momentos, el rocío preespermático ha aparecido. Puedes reposar unos instantes o incluso durante un tiempo prolongado: la erección ya no pierde vigor. Al reemprender el contacto manual quedarás sorprendido de la increíble facilidad con la cual mantienes la presión al tiempo que la dominas. Te parecerá que entras en una especie de lacinante torpor, no haces ningún esfuerzo para disociar el cerebro del cuerpo, literalmente «flotas», se te escapan todas las sensaciones y, a la vez, las percibes.

Llega por fin el momento en que el automatismo «dirigido» de la masturbación se te escapa hasta el punto de que, en medio de tu semiinconsciencia, la mano parece que no te pertenece del todo sin que por ello la atribuyas a alguien ajeno a ti (lo mismo sucede con una masturbación realizada por otro desde el comienzo).

En este «estado segundo», y debido al entumecimiento de los testículos, percibes por momentos la realidad del gesto y la constancia de la excitación. El placer se convierte en una especie de vértigo y cuando, por intermitencia, el cerebro «se adhiere» y tú continúas la masturbación, parece que tu goce no quisiera cesar.

Mediante una «fase de meseta» intemporal debida a la «desconexión» acabas de obtener un goce permanente del orgasmo eyaculatorio.


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MASTURBACION LUBRICADA





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PRACTICA 1

La masturbación lubricada tiene la particularidad de ser apreciada de modo muy diferente por todos (desde el punto de vista de las sensaciones, se entiende), a la inversa de lo que sucede con la practicada en un pene seco, que es de apreciación universal.

Estas sensaciones pueden ir de lo desagradable a lo sublime. Para algunos, semejante manipulación procura muy pronto una incomodidad que, si se prolonga, se hace completamente intolerable; para otros es comparable a la práctica ordinaria; y para otros, por último, conduce, pura y simplemente, a la cúspide del goce.

La razón principal de esta diversidad es esencialmente «mecánica».

Como ya se ha señalado, la mano que se desliza por el pene lubricado entra en contacto con el glande muy directa y totalmente, ya que éste se halla desprovisto de la protección más o menos parcial o total del prepucio. Los frotamientos que se dispensan así a la verga crean una excitación directa que puede sensibilizar extremadamente el glande, con lo que a veces se genera una irritabilidad bastante cercana al dolor. Para otros, asimismo, y sobre todo aquellos que ignoran la masturbación con un lubricante, esta estimulación, lejos de retrasar su placer o de amortiguar su intensidad, precipitará la eyaculación de una manera no habitual. Ellos deben saber muy bien que es necesario, para conservar todo el control, una arraigada costumbre; los que encuentren más desagrado que verdadero goce, es importante que renueven la experiencia. Son muchos los que con algunos golpes de los lomos desencadenan una eyaculación, y más numerosos todavía los que no pueden exceder uno 0 dos minutos; asimismo, estos ejercicios de masturbación lubricada constituyen la mejor «terapéutica»: cada cual debe convencerse de que la mano obedece fácilmente al cerebro si éste lo quiere de veras, por lo que puede modificar a placer la forma de estimulación necesaria para temporalizar la llegada del placer; lo que, evidentemente, no es el caso de las nalgas o de la vagina, cuya potencia erótica influye más considerablemente sobre el mantenimiento de la «masturbación».

Felizmente, y en compensación, la mano es una herramienta infinitamente más traviesa que una vagina o un ano. En el transcurso de sus maniobras sólo la mano puede hacer abstracción de la parte anterior del pene, es decir, puede no entrar en contacto directo con ella, lo cual es por completo imposible en el curso de las demás «prensiones».

Se puede comenzar directamente con la aplicación del lubricante (aceite de almendras perfumado) en los genitales en reposo, o bien justo después de que se haya establecido la erección.

Estás acostado, en una postura hecha de abandono y relajación absoluta; las piernas, moderadamente separadas. Aceitas la totalidad del sexo: pene, testículos, vello pubiano, pecando más de abundante que de parco.

Tus dos manos están igualmente untadas y masajean y restriegan suavemente cada parte del sexo de modo simultáneo y alternativo.

No intentes de ningún modo realizar un movimiento regular de masturbación; se trata ante todo de transmitir una estimulación global e informal sin precisión deliberada; obtendrás muy rápido una intensa erección. Abstente de todo movimiento arriba-abajo; por el contrario, continúa aplicando una presión más fuerte a los movimientos, globales y a manos llenas, de masaje, estrujamiento y envoltura.

Estas manipulaciones son muy sensuales y, curiosamente, dan la impresión de poseer un pene de mayores dimensiones. Puedes continuar así durante una hora experimentando un placer permanente y verdaderamente dominado. Ésa es la ventaja que ofrecen estas estimulaciones lubricadas sobre las ejercidas en órganos genitales secos: una facilidad de contactos más firmes y suaves, el mantenimiento de la erección sin que haya de sentirse la necesidad de ir más rápido.

Tampoco olvides las recomendaciones de los ejercicios precedentes en lo que concierne a la relajación de la musculatura inferior a partir de la pelvis, con una concentración cerebral «desconectada» y la mirada dirigida más hacia el interior que al sexo o a las manos. He aquí una última precaución para mantenerte en este estado durante todo el tiempo que lo desees: mantén las piernas permanentemente en su posición inicial.

Veamos ahora un conjunto de estimulaciones que puedes llevar a cabo en un orden perfectamente aleatorio según quieras intensificar tu placer o, por el contrario, aminorarlo un tanto.

De modo alterno y con firmeza, tus manos se deslizan sobre la totalidad del pene, pero sólo partiendo desde la base hacia la punta, que quedará cubierta por el prepucio; dicho con otras palabras, realizas sólo la parte ascen-dente del vaivén, mezclando fuerza, suavidad, velocidad y aminoramiento de ésta. Cada tanto haces un solo movimiento descendente (por ejemplo, una de cada diez veces). Luego masturbas ligeramente el pene sin tocar el glande, pero alisando bien la piel: es la mano la que se desliza y corre, y no la piel del miem-bro. Alterna las manos con frecuencia y actúa sobre los testículos con las dos manos o con una sola si la otra se halla masturbando.

Pon entonces el pulgar izquierdo en el dorso del pene, en la base; apoya con fuerza para poner la verga en dirección vertical, con la derecha. Te masturbas lentamente deslizando la mano con bastante firmeza como para arrastrar ligeramente la piel en el transcurso de la maniobra. Detente antes de llegar al glande, luego recúbrelo parcialmente. ¡Presta atención a la eyaculación!

No olvides todas las indicaciones ya señaladas. Si a partir de este momento sientes que no te puedes contener, ten la voluntad y la sabiduría de detenerlo todo. Tu erección se mantendrá largo tiempo, más del que imaginas. Cuando reemprendas las maniobras te sentirás agradablemente sorprendido de constatar la facilidad con que soportas estas diversas manipulaciones: el «espectro» se ha desvanecido.

Vuelve a la manipulación directa del comienzo del ejercicio, es decir, al gesto ascendente de vaivén, pero, a medida que crece tu excitación, aumenta el número de movimientos descendentes, sin estirar demasiado la piel, para terminar en un equilibrio entre las ascensiones y los descensos.

Cuando tu movimiento se hace estable y regular y piensas que puedes contener relativamente el placer, coge con una mano los testículos cuidando que esté bien estirada la piel del pene, mientras con la otra procedes a una masturbación general en toda la longitud del miembro, incluido el glande. Haz fluctuar solamente la velocidad y la presión. Puedes sin duda detenerte un buen rato, o cambiar de mano, o bien calmar la excitación dedicándote a manipulaciones que puedan controlarse con mayor facilidad. En todos los casos eres perfectamente capaz de dominar tu instinto: eres capaz de estimular tu placer al tiempo que lo saboreas.


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PRACTICA2

 Este ejercicio de masturbación lubricada en posición acostada implica un conjunto de estimulaciones y de movimientos altamente sofisticados.

Si los ejercicios anteriores no se han llevado a cabo con el rigor necesario y no han podido mostrarse en su real positividad, no podrás llevar este ejercicio a buen término.

Aquellos ponen en juego no sólo la distensión muscular y la relajación cerebral que estás comenzando a conocer, sino también «mecanismos técnicos» particularmente originales y, sin duda, de lo más excitante.

El comienzo del ejercicio es idéntico al anterior. Es recomendable aplicar el aceite en el sexo en reposo. Provoca después tu erección mediante manipulaciones masivas que incluyan masajes y frotamientos diversos, antes que por medio de los movimientos de la masturbación clásica. Controla muy bien tu actitud lánguida: piernas abiertas y ojos cerrados han de ser actitudes a mantener hasta el final del ejercicio. A lo largo de toda su duración tendrás asimismo bien presente la enorme importancia que reviste el abandono cerebral.

Coloca el índice y el pulgar izquierdos a cada lado del pene: ambos se hallan extendidos, rígidos y paralelos; el pulgar y el índice derechos se colocan justamente por encima, en la misma posición. El conjunto se halla a media distancia de la raíz del pene y la corona del glande.

Entonces efectúas simultáneamente dos movimientos contrarios: la «tenaza» izquierda ejecuta círculos alrededor de la vertical, en sentido horario, mientras que la derecha lo hace en sentido contrario. La izquierda parte del medio y va hasta la corona del glande.

En el plano horizontal, su desplazamiento recíproco va desde la garganta formada por cada grupo de dedos hasta un poco por delante de sus extremos.

A1 comienzo, estas rotaciones han de ser muy lentas, poco apoyadas y regulares; permiten mantener una erección sólida y definitiva. Continúa todo el tiempo que desees; la sensación de bienestar no te exige seguir adelante por el camino de la excitación. Más tarde aumenta progresivamente la presión de los dedos: se forma una especie de doble estuche que frota y aumenta tu placer de modo duradero.

De tanto en tanto, alterna los movimientos giratorios de las dos manos y síguelo todo con mayor lentitud y menos fuerza, y luego más rápido y con mayor apoyo.

Acto seguido modulas la sutileza, de manera casi insensible, de esta primera excitación, poco común, para lo cual prosigues el mismo movimiento con la mano izquierda mientras que con tu mano derecha, con los mismos de-dos, procedes a una masturbación lenta. Siempre sin prisa, los dos dedos izquierdos sólo producen al frotar un desplazamiento lateral de la base del pene.

Siempre de forma gradual, la mano derecha refuerza su presión y su amplitud cuando la totalidad de la izquierda comienza a masturbar.

Es el comienzo de esta tercera estimulación lo que debe hacerse con un movimiento particularmente difícil de aprender y dominar.

El pene es masturbado con la totalidad de la mano izquierda, y la derecha hace lo mismo, mas sólo con el anillo. La mano izquierda parte desde la raíz pero no sobrepasa el rodete del glande; el anillo va desde la mitad del pene hasta el vértice del glande.

Estos dos movimientos se hacen en el mismo sentido, aunque con un tiempo de retraso entre uno y otro: cuando la mano izquierda llega abajo, el anillo ha comenzado su descenso, y a la inversa: sin tiempos muertos ni desincronizaciones. Al cabo de pocos minutos aumentas la presión de tus dos manos; o bien sólo del anillo, o bien de la mano.

Aparece entonces el deseo eyaculatorio: haz descender las dos manos paralelas al pene; los dedos agrupados orillan la ingle, particularmente los mayores, que se vuelven muy insistentes y se insinúan bajo los testículos para luego ascender a partir de ellos hasta el vértice del glande. Los pulgares quedan detrás ejecutando el mismo movimiento de descenso y ascenso (numerosas veces). El deseo de eyacular se bloquea verdaderamente.

Puedes volver a comenzar varias veces esta masturbación y hacer cesar la excitación mediante el mismo procedimiento. De más está decirlo: modificas ritmo y presión según tu deseo, según tu placer.

Es el momento de volver al movimiento inicial, pero con mucho vigor y mediante impulsos secos, cuando las dos «gargantas» se encuentran y percuten el pene con cierto desfase entre ellas. Luego vuelves a la masturbación precedente, que se transforma poco a poco en un movimiento general de la mano derecha, en toda la longitud del pene, comprendido el glande, mientras que los dedos retienen la piel del pene agarrándose a los testículos que rodean. Si aparece una nueva «oleada de esperma», vuelve al procedimiento anterior a fin de impedir que culmine.

Nada te impide entonces querer proseguir como te plazca, ya sea mediante reanudaciones sucesivas de lo que acaba de ser expuesto, ya sea decidiendo culminar la eyaculación.

Para terminar te presento un movimiento «explosivo» que te dejará exangüe.

Conserva la mano izquierda sobre los testículos reteniendo al máximo la piel del pene, coloca la mano derecha «torcida» en la base, es decir, con la muñeca angulada y el anillo invertido, dejando que el resto de los dedos se cierren naturalmente contra el pene y alrededor del mismo. Masturba estirando hacia tu cuerpo y en rotación ascendente de una media vuelta derecha-izquierda; aprieta progresivamente y cada vez con mayor firmeza hasta el vértice del glande. Vuelve a poner la mano en el área de partida, ya sea mediante un simple desplazamiento ligero, ya mediante un frotamiento intenso y más envolvente, pero en rotación inversa derecha-izquierda.


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PRACTICA3

 Este ejercicio y el siguiente representan la forma más elaborada a que se puede llegar en la masturbación.

Por motivos de simplificación, y sobre todo para reducir la duración de cada uno de ellos, se comentan por separado, pero lo lógico es acoplarlos en la medida de lo que cada cual sea capaz de «soportar».

En efecto, estos dos ejercicios agrupados son la representación más perfecta de lo que es la masturbación trascendente: ellos por sí solos resumen la totalidad de esta obra.

Mas todo aquel que desea conocer la conjunción de una sexualidad primaria y una sexualidad superior se ve obligado a realizar el aprendizaje de las páginas precedentes. Resultaría a todas luces excepcional que un hombre ordinario, no preparado, pudiese procurarse por sí mismo o atribuirse semejante amplitud de manipulaciones justamente en el paroxismo de la voluptuosidad.

A titulo de comparación es bueno que sepas que dos horas consecutivas, sin la menor interrupción, dedicadas a esta masturbación no tienen carácter excepcional y no representan una cifra límite. Como ves, ello se halla muy lejos de los pocos minutos que generalmente se consagran a esta actividad universal y necesaria.

Estos dos ejercicios encadenados agrupan un conjunto de estimulaciones que se superponen en un orden perfectamente riguroso. Abordados de una manera aleatoria desencadenarían automáticamente su interrupción. Asimismo, es necesario saber que para llegar al «estado segundo» en el que se alcanza la «fase de meseta» es absolutamente necesaria una dosis de voluntad, y que su importancia capital en las dos o tres primeras alarmas disminuye después hasta dejar de ser indispensable una vez sobrepasada la zona de peligro.

Te encuentras de pie; lubricas el pene y los testículos sólo después de un comienzo de erección, resultado de una excitación sumaria. Esencialmente se trata al comienzo de acercarte tres, cuatro o cinco veces al punto vecino a la eyaculación.

Cada vez es necesario lograr una mayor duración de la manipulación antes de interrumpir y también, paradójicamente, de prolongar cada vez más el período de reabsorción antes de reanudar la incitación.

Para alcanzar esta capacidad, el ideal reside en un doble mérito de la voluntad: no ir demasiado lejos pero sí lo bastante como para que el deseo de eyacular pueda ser dominado, y no ceder al deseo de una reanudación antes de que el pene haya llegado a un estado próximo a la detumescencia.

Debe proscribirse todo frenesí, puesto que entonces estamos ante la probabilidad de perder cualquier clase de control, así como aprovechar la lucidez que proporciona todavía la excitación medida de los preliminares a fin de analizar la percepción de todas las sensaciones.

El movimiento es el clásico de la masturbación: el ritmo es siempre lento y, a pesar de la lubricación, la presión de la mano debe ser lo bastante firme como para arrastrar la totalidad del prepucio alrededor del glande.

No olvides que, en caso de desfallecimiento de tu voluntad, hay un par de métodos auxiliares que permiten retener con seguridad la marea eyaculatoria: relajación muscular, squeeze en el frenillo, presiones profundas en los testículos y, sobre todo, el más eficaz en la posición de pie, el contoneo de las caderas.



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PRACTICA4

 Ha llegado el momento de proceder a estimulaciones diferentes con el fin de acrecentar el placer.

Es ahora cuando han de encadenarse una serie de movimientos que aporten intensas satisfacciones que pueden prolongarse sin temer la brusca e incontenible explosión espermática.

Veamos a continuación el orden y la forma correcta de realizar estas estimulaciones que te conducirán a una fase de meseta de duración infinita.

Una vez más, lubrica en abundancia y masajea con una sola mano los testículos y el pene, solamente con movimientos ascendentes. No temas que la presión sea excesiva, estira masivamente numerosas veces antes de proceder de igual modo con la otra mano.

Esta primera fase puede durar de hecho mucho rato y, a pesar de que perpetúa la erección, esta manipulación excluye radicalmente la llegada de la eyaculación.

Acto seguido podrás efectuar progresivamente algunos movimientos descendentes con el fin de descubrir el glande.

Procedes entonces a la siguiente manipulación, preferentemente con la mano izquierda: mediante la zona media del pulgar y el índice, dispuestos a una y otra partes del pene, procedes a un masaje mediante movimientos elípticos a todo lo largo, con excepción del glande.

Cuida de que este masaje sea lento, muy apoyado al descender y muy ligero durante el ascenso. Tampoco aquí, si la ejecución es perfecta, has de temer una eyaculación intempestiva.

Tienes que proseguir durante un largo período, hasta el momento justo en que percibas cierto entumecimiento en la base del pene.

Con la ayuda de los mismos dedos realizas una vez más los mismos movimientos, pero en sentido antihorario; esta vez, la presión es mayor durante el ascenso con la derecha que durante el descenso con la izquierda.

A1 cabo de un tiempo igual, alterna estos dos movimientos a un ritmo de tres a cinco de cada uno.

Procedes entonces a reemprender el primer movimiento de masaje masivo, con una duración igualmente prolongada.

Aceita una vez más y procede al movimiento de masturbación ya explicado alternando tus dos manos: tres ascensos seguidos de un descenso a glande descubierto.

Gradualmente esta estimulación ha de ser cada vez más profunda y casi brutal. El goce se hace constante y aparece el deseo de eyacular, al que logras hacer retroceder por medio de una mayor lentitud del gesto y una reducción de la presión.

Puedes entonces masturbarte de la manera clásica mediante un auténtico deslizamiento de tu mano por el pene lubricado y definitivamente rígido. También acude a la cita la permanencia del placer, pero sin deseo de eyacular. El glande, ampliamente solicitado, puede entonces soportar durante cierto tiempo la última excitación explicada en el ejercicio anterior: la mano derecha girada media vuelta hacia el lado izquierdo efectúa un vaivén de torsión.

Esto aumenta prodigiosamente el goce hasta el punto en que es extremadamente difícil proseguirlo durante mucho tiempo.

Es pues necesario «temporizar» un poco este placer agudo reemprendiendo desde el comienzo el conjunto de estas manipulaciones. Evidentemente, nada impide que las renueves muchas veces, ya que el orden establecido en esta sucesión permite mantener el equilibrio de un goce permanente sin que sobrevenga el deseo irreversible del orgasmo, hasta el punto de que resulta extremadamente fácil suprimir toda excitación suplementaria y rechazar la eyaculación, sin la menor sombra de frustración.

No resulta exagerado afirmar que no se puede eyacular si no se quiere de verdad hacerlo. Para aumentar más la amplitud de las sensaciones, y especialmente antes de la última reconducción de este conjunto de manipula-ciones, se pueden colocar uno o dos anillos peneanos.

Por último, resulta sumamente conveniente proporcionar un buen suplemento de aceite y no dudar en cubrir con él los muslos, el abdomen y los pectorales; los pezones lubricados, si se decide excitarlos durante la fase final, aumentarán prodigiosamente este fantástico orgasmo.

¿Debemos agregar que la noche que seguirá a este ejercicio será particularmente profunda y que el período refractario será mucho más largo que lo acostumbrado?

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