Como controlar la eyaculacion

(Colaboracion de Mark)


Estos ejercicios que se indican a continuación permiten adquirir el control eyaculatorio.

Para acceder a este último grado se necesita controlar las técnicas de masturbación prolongada de los ejercicios precedentes.

Estos ejercicios no se presentan según un orden aleatorio de dificultades, sino en el de una progresión de estimulaciones que procuran excitaciones y tensiones cada vez más agudas. Como resultado de esta misma progresión, pueden servir de «tests» con un valor real de confirmación de tu resistencia al placer.

Para terminar digamos que la diferencia fundamental concierne a la parte del sexo estimulada más que a los movimientos propios de la manipulación.

Es más fácil resistir a las estimulaciones que se sitúan desde un comienzo en la base del pene, luego a las que involucran el cuerpo de éste y, por último, a las que comprometen el cuerpo del pene y el glande.

Pero la dificultad creciente de estos ejercicios no se detienen allí. Recurren, independientemente de las diferentes formas de estimulación y de actitud personal, a tu estado de recepción de las sensaciones que te procurarás. El placer que te concedas dependerá considerablemente del grado de relajación y de concentración; incluso de que recurras o no a la atención visual por intermedio de un espejo o directamente, con lo que aumentas la excitación cerebral y haces más difícil la prolongación de los ejercicios.

No me parece superfluo consignar ciertas puntualizaciones: la excitación visual varía según sean las partes del sexo que se miran durante la masturbación. Así, ver la corona del glande aumenta considerablemente el deseo de eyacular, mientras que la mirada conducida al borde del frenillo permite mantener la estimulación en su grado máximo y tener menos dificultades con su control.

Lo mismo es aplicable a la mano que masturba, donde la ergonomía adquiere todo su sentido. Para un diestro, la mano izquierda, la más torpe, se muestra más conveniente para hacer durar el placer con la condición expresa de que no se contente con ser un simple relevo provisorio y que se haga cargo de la masturbación desde el comienzo hasta su culminación. Ciertos movimientos realizados con ella procuran incluso sensaciones muy agudas.

Así pues, aplicando escrupulosamente las consignas que te doy en cada uno de los ejercicios siguientes, estarás en condiciones de sobrepasar la zona peligrosa de la eyaculación prematura tras haber llegado, mediante una masturbación prolongada, a hacer durar el placer con tanta intensidad que de ello resulta un goce permanente que se asemeja quizá, debido a sus modulaciones, al orgasmo femenino.

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PRACTICA 1


Sin duda, este ejercicio es el más fácil de dominar; ningún otro puede convenir con tanta seguridad a los eyaculadores precoces; no obstante, reúne todas las condiciones de un máximo de excitación con un mínimo de «irrita-bilidad».

Es absolutamente necesario cuidar que la relajación sea lo mayor posible: liberación muscular completa, posición acostada, pene seco.

La masturbación concierne exclusivamente a la base del pene, es decir, desde la raíz hasta la zona media. De modo que es preferible comenzar su estimulación limitándola a esta «porción».

En la primera parte, que agrupaba ejercicios orientados a vencer las dificultades de erección, algunas de las estimulaciones se aplicaban ya a esta zona. Sin embargo, si te parece que ninguna se adapta, elige la forma que consideres más positiva, rehuyendo siempre un acercamiento excesivo al glande o restringiendo al mínimo los tocamientos.

La mejor manera es la siguiente: mediante el anillo del pulgar y el índice, estirando bien la piel, que así deja al descubierto el glande, mastúrbate en una zona restringida, al principio muy lentamente y con mucha suavidad, después cada vez con mayor firmeza, por último aumentando la velocidad y la presión sin que tus movimientos de vaivén excedan la mitad de tu pene.

Si hasta este momento has mirado tu sexo, cierra los ojos a partir del instante en que constates un comienzo de erección, y concentra tu mente en las sensaciones que te procura el engrosamiento del miembro.

Prosigue la masturbación sin ningún descanso. Resulta del todo recomendable cambiar de mano y aprovechar siempre la mano «inactiva» para hacer que varíe la excitación, en particular en la zona de los testículos pero también en los pezones o en cualquier otra parte del cuerpo que corresponda a tu sensibilidad personal.

Una vez establecida la erección, rompe el anillo y coge el pene con toda la mano. El vaivén debe mantenerse corto, ya que la regla de este ejercicio consiste en una masturbación reservada a la primera parte del pene.

No obstante, puedes hacer variar la forma de este único movimiento dentro de un campo tan limitado: apretando más fuerte, ascendiendo o descendiendo, yendo con mucha rapidez o con extrema lentitud, modificando la envoltura mediante una forma de coger más sólida o más laxa. Tienes entonces la convicción muy clara de que no puedes eyacular, ni siquiera si lo deseas realmente. 

Tu placer, ya real, reclama otro; no hagas nada, resiste al deseo de masturbarte por completo: esta especie de coacción voluntaria no durará indefinidamente. En realidad, cuando tienes la impresión de que tu sexo se ha agrandado, hallas una especie de voluptuosidad en proseguir de la misma manera: es el signo de que tu excitación se debe a la acumulación sanguínea; es el momento, asimismo, de agregar el voyeurismo gracias al uso de un espejo. Si has respetado todas estas indicaciones, este suplemento de sen-sualidad no alterará irremediablemente tu «irritabilidad». Este grado se supera con lentitud. En un primer momento te hallas situado frente al espejo; lo más difícil consiste en no hacer trampas, en interés de esta progresión: no mires directamente tu pene, hazlo mediante el espejo.


Ya sabes que ver el glande por el lado de su frenillo es menos excitante que por el lado de la corona; si no lo sabías, la experiencia te lo enseñará. Dispuesto de esta manera, no hay que olvidar la exhibición ofrecida por tu cuerpo: piernas separadas y sexo erecto, el cual, además, parece de mayor tamaño ya que tu mano oculta sólo una parte de él; tu masturbación retoma y prosigue todas las variaciones «a ciegas». También en este caso constatas que dominas de modo duradero la situación al tiempo que tu placer también aumenta.

En este momento aparece el rocío espermático.

Si experimentas bruscamente «la idea» de querer gozar o de que la sensación verdadera se manifieste, nada es más simple que volver atrás: basta con que cierres los ojos sin cesar de masturbarte.

Tampoco olvides, según sea tu grado de excitación, que siempre tienes la posibilidad de efectuar la «desconexión» de tu cerebro, tal como hemos explicado con anterioridad.

Llegado a este punto «peligroso», no cedas al movimiento completo: bastarían dos o tres para hacerte perder toda clase de control y no sería cierto afirmar que has querido tu eyaculación. Por lo tanto, es necesario añadir una dificultad suplementaria: colócate paralelo respecto al espejo. Ahora no es posible trampear, al menos que se haga de forma deliberada. Pero se presenta un nuevo grado de dificultad y aporta un incremento de placer: verse de perfil es muy excitante; esta nueva disposición está exactamente a mitad de camino de la precedente y del último agregado que pasaremos a detallar.

En efecto, el pene que sobresale de la empuñadura deja al descubierto el glande y su reborde, de perfil; así, lo que se dijo anteriormente encuentra su justificación a nivel del impacto emocional provocado por la visión que se tiene del rodete del glande, pues se tiene tendencia a mirar con más frecuencia a éste que a la mano o al resto del sexo.

Una vez más, recurre a todas las variantes que has explotado precedentemente y siempre en igual grado. Pero ahora tu deseo no sorprende con tanta facilidad tu vigilancia, pues tu placer se duplica y no sientes la necesidad de cambiar. Curiosamente, una forma de orgullo debida a tu seguridad te obliga a admitir que tu eyaculación ya no es necesaria. De todos modos -y esto se dirige principalmente a los más «emotivos», a pesar de los resultados y de los progresos que acaban de obtener-, en caso de «duda» deben recurrir a las «prácticas de frenado»: ojos cerrados y liberación muscular.

Por último, al término de un período durante el cual tu excitación no aumenta más, te dispones ante el espejo y te miras masturbarte. La solidez de tu erección y el volumen de tu glande son los primeros argumentos que atizan tu «emoción».

Este último escalón se alcanza con la misma serenidad que te otorga el control masturbatorio, lo que no hubiera sido así si no hubieras estado preparado para esta progresión.

Ahora has de actuar según tu voluntad, ya que desde un cierto tiempo ésta se ha encontrado dominada por el automatismo de tu masturbación.

La opción más sencilla es aumentar la amplitud del movimiento de la mano, de forma repentina o progresiva. Lo más gratificante es continuar como hasta ahora, pero haciendo intervenir todo el poder mental: recurrir a los fantasmas, evocación de la eyaculación, deseo de concluir.

También puedes modificar esta actitud psíquica mediante la tensión muscular y por medio de la aproximación de tus muslos. Por último, puedes masturbarte enérgicamente con toda la convicción a que te autoriza tu deseo de acabar.

Pero en todos los casos, no sufres tu eyaculación: eres tú quien decide eyacular en el momento elegido.

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PRACTICA2

Franquearemos en este ejercicio un grado suplementario en el cual al encadenamiento de las causas responde una idéntica progresión del placer. Llegar al pleno control masturbatorio y decidir acerca de la eyaculación son he-chos posibles a condición de respetar ciertas condiciones.

Su ejecución difiere mucho del primer ejercicio. En éste, los tres grados se sucedían sin que fuese indispensable volver de uno de ellos al precedente. Por el contrario, en el siguiente, si bien se mantiene el orden, hay una doble e incluso triple realización del conjunto. Sólo de esta manera llegarás a prolongar casi indefinidamente el dominio de tu goce.

Te hallas dispuesto de la misma forma que en el ejercicio anterior.

Tras un comienzo de estimulación, mastúrbate naturalmente prestando atención a cerrar los ojos, como hemos repetido varias veces al tratar de la relajación. Haz que intervengan todas las variaciones, insistiendo en particular en las alternancias de velocidad (rápida y muy lenta), siempre que no prolongues demasiado cada una de ellas.

Los movimientos adaptados a la fase rápida deben tener la máxima amplitud, un vaivén a todo lo largo del pene, mientras que los de la fase lenta deben ser un poco esbozados. En toda ocasión, los cambios de mano resultan extremadamente positivos, pero en este estadio es preferible mantener la estimulación con una sola mano.

Cuando sientas llegar los signos del placer, detén el movimiento de velocidad rápida y prosigue sólo con el movimiento lento hasta que se haga casi inadvertible; asimismo, la presión debe ser la más débil posible.

No hace falta más para que la tensión se atenúe, sobre todo si realizas un buen control de los músculos de las nalgas.

Poco a poco desplazas las caricias a la mitad superior del pene y, en un primer tiempo, sin modificar la velocidad de ejecución, siempre lo bastante lenta pero con una presión acentuada por parte de la mano; acortas luego el vaivén, que se detiene a la altura del glande, sobre el cual se deslizará el prepucio. Entonces juegas más rápido y con mayor fuerza.

Cuando el placer vuelve a renacer, netamente más intenso, detente sin demora y deja que la mano descienda hacia la raíz del pene; a esa altura se situará durante algunos minutos una masturbación muy lenta y suave. A1 mismo tiempo te desconcentras.

Hasta aquí mantienes los ojos cerrados. Ahora debes mirar tu mano asida al sexo, por intermedio del espejo, vigilando siempre la relajación muscular. Con amplitud, velocidad y presión progresivas acaricias el pene en su totalidad insistiendo cada vez más en la corona del glande mediante la pinza formada por el pulgar y el índice. No esperes a sumergirte en una excitación demasiado acusada, que no podrías contener.

Comprime este anillo durante algunos segundos, no te muevas, inspira con mucha profundidad, espira a fondo con la mayor lentitud posible y, mientras tanto, concentra tu mente en esta respiración para controlarla, para lo que cierras una vez más los ojos.

Esta diversificación conduce naturalmente a un decremento de la intensidad del placer.

Vuelve al principio del ejercicio, en el mismo orden y las mismas condiciones. Sin mayores dificultades has de poder proseguir cada una de estas tres fases durante un tiempo netamente superior; por otra parte, mediante el control preciso de tus sensaciones, debes abstenerte de cualquier detención, por más limitada que ésta sea.

Cuando estés en el tercer ciclo: mira tu masturbación en el espejo, «trampea» una fracción de segundo directamente sobre tu glande. La constatación de tu excitación es evidente, pero vuelve a coger enseguida el espejo e intensifica tu mirada sobre la gran amplitud de tu vaivén hasta el momento en que experimentes un acrecentamiento súbito del placer.

Cierra los ojos por tercera vez y vuelve al comienzo, aunque sin dar importancia señalada a tu respiración; si decides no eyacular antes del final de esta tercera serie, debes entrar necesariamente en ese «estado segundo» en el que tus sensaciones de placer llegan a tu cerebro, exentas de toda «idea emocional».

Tu deseo latente pasa a segundo plano pues te hallas dichoso de prolongar tu placer. Desde todo punto de vista es recomendable y accesible prolongar mucho más el primer período, insertando en tu masturbación glo-bal y a ciegas la representación mental de su movimiento. Debes ser capaz de verte con los ojos cerrados.

Si la concentración sobre tu visualización erótica te basta, tu placer se intensifica de forma prodigiosa. Cuando llegas a la masturbación limitada al glande tu goce se hace permanente, lo que no podría haber sucedido la primera vez.

No obstante, conservas la suficiente lucidez como para alcanzar el último estadio, en el que la imagen de tu pene en el espejo confirma la que acabas de imaginar. Sólo entonces, llegado al paroxismo de lo que eres capaz de so-portar, decidirás eyacular.

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PRACTICA3

Llegamos ahora al estadio más alto de la resistencia ante una eyaculación prematura, incluso en las condiciones menos favorables, es decir, en posición acostada y con el pene seco.

En este caso la excitación visual es total en los tres estadios sucesivos y hace que la intensidad de placer sea más difícilmente soportable.

Según tu grado de excitación previo y tus posibilidades de «resistencia», la actitud a adoptar ante el espejo es diferente.

Si eres «sólido» y sabes que has controlado los ejercicios precedentes, te tienes que acostar paralelamente al espejo; en caso contrario te mantendrás perpendicular (es decir, de cara) para contener mejor la excitación de tu ima-gen. Cabe agregar que con la aportación de la mirada, cuanto más seas capaz de conservar tu dominio en una masturbación, menos difícil será tu resistencia para que dure el placer procurado por una mano extraña.

En cualquier caso, es importante comenzar, una vez establecida la erección, por una excitación prolongada del glande.

La mayor dificultad se sitúa en este estadio, pues si tu erección se debe al vaivén clásico y no a otra estimulación, es necesario resistir el deseo de proseguirla durante demasiado tiempo.

Debes comenzar por el anillo, ya conocido, formado por el pulgar y el índice; el movimiento ha de ser lento pero sobre todo firme.

A raíz del estiramiento del pene, la estrangulación del glande debe ser muy notoria; a medida que el glande cobra consistencia, cúbrelo parcial o totalmente con el prepucio, según sea la disponibilidad de éste.

Presta atención a la concentración visual, que no debe intervenir más que por medio del espejo, si quieres aumentar la duración.

Te liberas del espejo sólo después de haber logrado éxito por lo menos tres veces (y bajo la influencia de un placer cada vez más insistente) en la contención de tu deseo de masturbarte de forma más completa.

Mírate ahora y prosigue durante varios minutos con la misma estimulación. De modo muy progresivo, la mano reemplaza el anillo inicial y, también progresivamente, el gesto aumenta en amplitud.

A fin de mantener el placer dentro de los límites de lo soportable conviene llevar a cabo las modulaciones siguientes: a partir de un vaivén extendido en la totalidad del pene, lento, regular y de poca presión, trasládalo hacia la base adoptando una velocidad rápida de modo que la mano choque con los testículos; más tarde alterna con el movimiento general que habrás hecho menos rápido, aunque comprimiendo mucho más al ascender que al descen-der.

Tras retomar otra vez el ritmo lento y regular, invierte el orden de las manipulaciones precedentes: cortas, fuertes y lentas hacia abajo, y más suaves y rápidas hacia arriba. El placer persiste, el deseo de eyacular no aparece tan abiertamente como la primera vez. Se produce incluso un fenómeno contrario: cuanto más marcas la diferencia entre modulaciones y movimientos generales, menos se precisa la idea de la eyaculación.

Durante toda la duración de esta segunda etapa, que puede, en efecto, ser muy larga, es necesario que la mirada se pose esencialmente en la mano y en la parte del pene que ella masturba; esta condición imperativa es imprescin-dible para acompañar y contener el placer.

Pasamos ahora a la última fase del ejercicio en la que interviene la decisión de eyacular.

Mientras prosigues la masturbación normal, lleva intermitentemente la mirada al glande. A1 comienzo sólo habrás de tener de éste una visión furtiva, para volver a la parte asida del pene; de manera alternada insistes con la mano en las inmediaciones del glande. Dicho con otras palabras, cuando tu mastur-bación se acerca al glande, mira más hacia abajo; cuando se aleja, míralo.

Poco a poco mantén tu mirada un poco más de tiempo en el glande a fin de «ganar terreno» sobre el tiempo que le dedica la mano.

Se genera entonces un acostumbramiento relativo de tu visión al lugar más sensible, al más permeable a la excitación.

Para prolongar aún más el placer, y para acentuar el instante del orgasmo, continúa la masturbación sólo sobre el glande y mira con atención no ya tu mano y su movimiento sino la base del pene, completamente visible.

Entonces decides gozar; aumenta de golpe la velocidad y la presión y mira con intensidad hacia el glande.

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PRACTICA4

Los ejercicios en posición de pie son sensiblemente los mismos, pero hay que señalar, sin embargo, que en ellos es mucho más fácil perder el control de la eyaculación. No obstante, si se procede con método y según un esquema de estimulaciones adaptadas, se llega perfectamente a conservar un dominio total con la condición de que intervenga la voluntad en el momento delicado que constituye el punto de no retorno.

Esto es una etapa suplementaria en el camino que conduce a la masturbación trascendente y que desemboca en una eyaculación perfec-tamente decidida por propia voluntad.

Tras un comienzo de estimulación para desencadenar la erección, no te masturbes «normalmente». En efecto, tu costumbre, si cada vez te lamentas de eyacular demasiado rápido, no te permitiría obtener un resultado positivo: seguramente no tendrías el tiempo necesario para pasar por las diversas fases.

No presumas demasiado, pues, de tu seguridad, aun si al comienzo te resulta insípido.

De pie, con las piernas algo separadas y teniendo siempre presente la relajación muscular, cierra los ojos y masturba sólo la parte anterior del pene. Pero, contrariamente al ejercicio 1 de esta parte, no lleves a cabo ninguna de sus variaciones.

Haz resbalar el pene por el interior del anillo pulgar-índice manteniendo separados los otros dedos. En esta misma fase haces jugar todos los matices que modularán tus sensaciones: lo bastante enérgicos al comienzo, luego un poco menos fuertes pero con mayor rapidez.

Cuando se ha confirmado la erección, es el momento de amplificar muy netamente tus sensaciones llevando a cabo la preparación necesaria para mantener la posterior masturbación. Mediante impulsos muy cortos, desciende con sequedad el anillo hacia abajo, hasta el final de su recorrido, y vuelve a comenzar varias veces marcando bien el ritmo incisivo. Cada vez que concluye el movimiento descendente, vuelve a colocar el anillo en su punto de partida aunque sin llevar a cabo ninguna incitación particular durante su ascenso.

Actúas pues como si no existiera más que la mitad del movimiento. Para interrumpir bruscamente la marea del deseo, haz lo contrario, deteniéndote en la mitad del pene durante el ascenso. En este caso, el movimiento ha de ser más masivo y más lento cuidando de comprimir mucho este anillo, de apretarlo, al mismo tiempo que estiras hacia arriba.

Alterna estos dos movimientos: cuando uno excita, el otro apacigua.

Mientras no abras los ojos no eyacularás, a pesar de tu permanente goce; sólo cuando tengas conciencia de tu seguridad por medio de una aceleración de los movimientos, podrás mirarte al espejo.

A1 comienzo, de frente; luego, de perfil, continuando con el mismo gesto. A la vez haces que alternen tus imágenes en el cristal (ten en cuenta que la presentación de perfil trae consigo un aumento de la excitación).

Si sientes que tu deseo aparece y que, a pesar de ello, quieres prolongar aún más el placer, continúa tu movimiento de manera uniforme, lentamente y sin presión: constatarás enseguida que el deseo desaparece y que reanudas el proceso.

A1 cabo de tres recesos, por lo menos, puedes considerar que el punto difícil ha sido superado.

Ahora sólo te corresponde a ti quererlo 0 no; ello te será mucho más fácil que en ocasión del primer amago de deseo. A1 tener esta sensación de seguridad, deja el espejo y mírate. Sentirás nuevamente aumentar la excitación al cabo de algunos segundos.

En este momento sí que puedes alternar tu movimiento inicial con el de la mano entera. Mientras te mantengas en la base del pene, contendrás tu eyaculación con gran facilidad; tú decides cómo has de seguir.

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PRACTIC5

Pasamos al último ejercicio de masturbación seca referido al control permanente de la eyaculación. Será el más difícil. Si eres capaz de alcanzar la duración indicada, habrás hecho enormes progresos.

Tras obtener la erección comienzas por una breve masturbación a la altura del glande, primero de cara al espejo y manteniendo las piernas separadas a fin de permitir una cierta relajación muscular. La presión ejercida por el anillo de los dos dedos es débil, pero el movimiento es rápido.

Antes de que sobrevenga el comienzo de un verdadero placer, ponte de perfil de modo que puedas ver la totalidad del pene; con otras palabras, si el espejo está a tu izquierda, tu mano derecha masturba. Este modo de proceder permite que la mirada tenga un campo de visión más amplio al extenderse a todo el miembro, lo cual va creando un acostumbramiento.

Aumenta ahora la sequedad y la presión del anillo: pronto aparece el deseo de eyacular. Detente de inmediato adoptando la actitud ya indicada.

Conviene recordar aquí lo siguiente: ya que estás con las piernas separadas y que te masturbas con la mano derecha, abre las caderas haciendo que todo tu peso descanse en la pierna izquierda, rígida al máximo; la pierna derecha se mantiene completamente distendida y el ascenso de la eyaculación se detiene de forma instantánea.

A1 mismo tiempo, y durante algunos segundos, la mano suelta el pene.

Reanuda entonces el gesto, pero esta vez con la izquierda, con la mirada dirigida sólo hacia el glande.

Cuando se presente un nuevo deseo, abre tus caderas una vez más del otro lado y procede de igual manera que antes.

Cuando vuelvas a utilizar la misma mano, adopta una masturbación lenta y menos firme: sobrevendrá un nuevo deseo, que controlarás de igual modo, pero esta vez continuando el vaivén, lo más lentamente posible y sin dejar de mirar el glande. Deja durante algunos instantes que la mente vaya a la deriva el tiempo necesario para tu apaciguamiento; es el momento de masturbarte completamente fijando la mirada en la mano y el pene. Si has seguido correctamente el proceso que ha precedido a esta nueva prolongación, entras en un período de calma en el que está prácticamente excluido que el deseo de eyacular reaparezca antes de mucho tiempo. Sin embargo, estás en erección y te masturbas.

Terminarás volviendo a gestos y a movimientos idénticos a los del comienzo del ejercicio, con la enorme diferencia, sin embargo, que representa tu mirada fija en el glande. Haz que tu masturbación, que era global, se convierta en un vaivén en retirada, insistiendo en los empujes hacia la turgencia del glande. Inclínate hacia delante, echa hacia atrás las nalgas, haz que el pene se mantenga lo más cerca posible de la horizontal: pronto se du-plica el placer. Rectifica la posición; el placer se mantiene en el límite de lo que eres capaz de soportar.

Cúrvate flexionando un poco las piernas y haz menos rápido el movimiento durante el tiempo suficiente para que decaiga la excitación.

Vuelve a la posición inicial, con una masturbación más suave y después más masiva; combina el vaivén rectilíneo con un empuje hacia abajo de la mano sobre el pene. Apenas abandonas el pubis, con el fin de realizar co-rrectamente esta sutil mutación, es del todo necesario que angules tu muñeca de modo que ya no prolongue el eje de tu brazo. El aumento del goce no tarda.

Por último, para acabar en un sublime orgasmo, vuelve a nivel de la corona (uno o dos centímetros), inclínate y haz que tu pene descienda.

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PRACTICA6

Este ejercicio y los siguientes son la exacta continuación de los precedentes y retoman la masturbación en igual orden y en las diversas zonas del pene.

La diferencia se sitúa en la lubricación; por sí solo, ello justifica pasar a nuevas explicaciones.

Como en la segunda parte del libro, la estimulación de base se deja a tu criterio: puedes comenzar por la aplicación de aceite sobre tu sexo en reposo o esperar un comienzo de erección mediante manipulaciones en seco. Cuestión de gustos. Sin embargo, cuando eliges empezar por la solicitación del glande, es preferible lubricar después de que se haya constituido la erección. Este primer ejercicio lubricado es, como el primero de esta parte, el más fácil de dominar. Incluso puedes hacerlo durar mucho más tiempo.

Te encuentras acostado, de frente al espejo, con la misma actitud y la misma relajación. Comienza a masturbar la base del pene con la ayuda exclusiva del «anillo». Debido al sitio de la masturbación y a la película depositada por el aceite, la excitación es relativamente débil al comienzo, por lo cual puedes encargarla a la mano derecha. Emite impulsos empujando la muñeca hacia abajo cuando hagas ascender el anillo en la dirección del glande, pero sin sobrepasar jamás la zona media del pene. Estos impulsos marcan el ritmo lento de la masturbación, más acentuado al comienzo.

Poco a poco, cuando se acrecienta la erección, el anillo debe apretar cada vez más fuerte, muy fuerte incluso en ciertos momentos. Colocas entonces el pulgar izquierdo en el hoyo formado por el ángulo del pene y el pubis; apóyalo lo más que puedas. El efecto es doble: mantienes la compresión (e incluso la amplificas) y retienes la piel, que no puede seguir el desplazamiento de tus dedos que se deslizan.

Abre los ojos y observa tu pene en el espejo: la excitación aumenta y tú la contienes muy bien.

Se agrega al anillo un dedo suplementario y luego otro, hasta que toda tu mano entra en acción. Según sea el tamaño del pene, el desplazamiento es más o menos importante, pero incluso si es corto es primordial no abordar los alrededores del glande.

El deseo de eyacular aparece: lo detienes muy fácilmente pues su ascenso es lento, progresivo, preciso, mediante un squeeze, una disminución de la velocidad, el cierre de los ojos o la «desconexión» del cerebro.

Continúa o retoma la masturbación mediante esta modulación: los tres dedos del medio juntos frente a frente en la parte anterior del pene y, detrás, el pulgar al que se une el meñique. Mantén cuidadosamente el pulgar izquierdo en su posición y coloca el índice frente a él.

Mírate hacer, aumentando insensiblemente la velocidad; conserva una actitud ligera de la mano que masturba. Te puedes contener indefinidamente, a pesar del placer. El deseo renace. Aprieta con fuerza la pinza de los dedos iz-quierdos, sin abandonar las manipulaciones con la derecha. El deseo se retira.

Vuelve a comenzar, primero mediante el anillo del pulgar y luego con toda la mano; haz que fluctúen un poco, mediante un cambio de mano, la presión y la velocidad.

Sólo eyaculas si lo deseas.

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PRACTICA7

Las habilidades contenidas en este ejercicio convienen admirablemente cuando, por algún motivo, se desea una nueva masturbación (o un coito), si una primera eyaculación ha sucedido una o dos horas antes.

Si la satisfacción ha sido total resulta un pene perfectamente saciado y, por lo tanto, según la edad, más o menos «extinguido».

En la mayor parte de los casos, y sin un motivo muy poderoso de excitación exterior, el movimiento clásico de la masturbación sobre un pene ahíto no da resultados demasiado satisfactorios. Al resultar imposible cualquier forma de penetración, salvo una estimulación bucal (que también puede resultar inoperante), sólo restan las manos para que se produzca la erección. Sólo ellas pueden hacerla posible, ya que tienen la exclusividad de estimulaciones perfectamente únicas y originales.

Lo hemos repetido varias veces: la mejor manera de obtener una erección en semejantes circunstancias no radica en un movimiento de vaivén, sino en un movimiento vibratorio. Combinado con la lubricación, presenta garantías absolutas de eficacia.

Es preferible un comienzo de estimulación sobre el pene seco y lubricar sólo cuando se haya verificado una cierta hinchazón.

Descubre el glande, coloca los extremos de los cinco dedos de la mano derecha casi en la base del pene, sensiblemente entre su zona media y la raíz. El pene se halla pues en el interior de tus dedos extendidos. Estira bien la to-talidad de la piel hacia abajo y comienza con vibraciones muy rápidas transmitidas por el movimiento de báscula en rotación de corta amplitud de la muñeca.

Cabe precisar una vez más que ésta debe estar angulada respecto al antebrazo; lo mismo es aplicable si la estimulación es realizada por una pareja.

Cuanto más rápidas y continuas sean estas vibraciones, menos tiempo es necesario para que se produzca el cambio. Lo más usual son algunas decenas de segundos para que renazca un comienzo de erección.

En este momento se ha de lubricar el sexo en su totalidad y recomenzar luego la misma estimulación vibratoria. El pulgar y el índice se colocan en la raíz del pene, y con presiones descendentes hacen aumentar la erección.

Apenas ésta aparece, la mano derecha comienza el clásico movimiento de vaivén aplicado a la totalidad del pene, quedando retenida la piel en la base por obra de la mano izquierda. No pases sobre el glande hasta que la acumulación sanguínea sea absoluta, haz intervenir todas las variaciones en alternancia, piernas apretadas, músculos de las nalgas bloqueados, luego relajación muscular, velocidad y presión, todo ello según te lo dicten tus sensaciones. El placer es constante y fluctuante, la erección definitiva, y el deseo de eyacular, inexistente.

Sólo entonces la mano puede pasar alrededor del glande. A esa altura alterna vaivenes cortos y rápidos, mientras que el mismo movimiento ha de ser más corto en el cuerpo del pene, modificando alternativamente la presión en los dos casos.

Si hasta el momento has tenido los ojos cerrados, puedes ahora mirarte, pues es casi imposible que no puedas contenerte durante un tiempo casi indefinido, a pesar de la excitación suplementaria. Constatarás que la eyacula-ción depende de tu voluntad.

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PRACTICA8

Este último ejercicio en posición acostada permite conservar una erección prácticamente ilimitada y proporcionarse (o hacerse proporcionar) una masturbación que puede prolongarse mucho más allá de lo que hombres y mujeres suelen creer.

A pesar del placer persistente y fluctuante, el orden perfectamente riguroso de las manipulaciones permite un control absoluto de la eyaculación sin que sea necesario interrumpir la manipulación. Si has seguido y respetado hasta ahora la progresión de los ejercicios precedentes, ya no es posible que no llegues a un control total de tu acceso al placer.

Para alcanzar este estado de placer prolongado es decisivo reunir estas dos condiciones: en primer lugar, desde el principio hasta el final, la masturbación debe hacerse con la misma mano; la izquierda, para un diestro, o también la izquierda de la pareja; en segundo lugar, la «progresión planificada» debe hacerse de modo gradual, sin pausas, sin sobresaltos, sin cambios de ningún tipo hasta la aparición del rocío preeyaculatorio.

Después de la lubricación de la totalidad de los órganos genitales, sea cual fuere el estado en que te encuentras, excitado o no, ya en erección o con el sexo en reposo, comienza el vaivén de una manera bastante rápida, pero con una presión ligera; la presión de la mano se limita al contacto del pulgar, el índice y el mayor.

La estimulación afecta sólo la parte media del pene, para llegar con bastante rapidez a la totalidad del glande; el prepucio sigue parcialmente el movimiento, y a lo sumo cubre el rodete. Nada tiene que hacer tu mano derecha. Cuando el pene se halla completamente erecto, la piel se estira por sí misma y la presión de la mano se hace débil ahora para no llevarla consigo en su movimiento.

La aportación de la excitación visual sobre la masturbación se establece en el mismo orden que en los ejercicios sin lubricación: primero mediante el recurso del espejo, luego por su localización en la parte inferior del pene, por último mediante la concentración sobre el glande. De todos modos, es necesario precisar que es infinitamente más fácil mantener la mirada cuando el sexo está lubricado que cuando la masturbación se realiza en un pene seco.

La aparición del rocío anuncia la llegada de la eyaculación, que se contiene con facilidad por la intervención de la voluntad conjugada con una disminución en la rapidez del vaivén. Cuando el peligro ha sido descartado de forma provisoria, la presión de la mano puede acentuarse y la velocidad disminuirse, hasta que se llega a otro ascenso del deseo.

Es el momento de hacer intervenir la siguiente «treta»: la mano gira un cuarto de vuelta de tal manera que el pulgar y el índice se ponen a los lados de tu pene. Tu vaivén puede ser muy apoyado en este lugar y, por ello, permite perfectamente tener a raya la venida de la eyaculación.

Para verla reaparecer basta con volver a la presión normal y todas las variaciones que te dicte tu sensibilidad.

Los tres ejercicios siguientes pueden encadenarse perfectamente según sea tu estado de tensión en ese momento. Si estás muy excitado conviene separarlos. Si estás lo bastante distendido, debes conjugarlos de modo con-tinuo.

Los tres han de hacerse de pie y permiten la aportación de todos los artificios «naturales»; de hecho, la progresión de la excitación soporta muy bien las dificultades hasta llegar al paroxismo de la retención.

Lubrica en abundancia pene y testículos y comienza una estimulación en forma de masturbación únicamente circunscrita a la raíz del pene por intermedio del anillo pulgar-índice. Este movimiento debe confiarse a la mano izquierda hasta la tercera alerta, que dominarás sin dificultades.

Cuando aparezca una semierección, deshaz el anillo: primero tres dedos y luego la totalidad de la mano.

La mano realiza un masaje firme y poderoso de abajo arriba, desde los testículos hasta la zona media de tu pene; el aceite facilita esta masturbación unidireccional: conténtate con estirar hacia arriba acentuando la presión al llegar al final del trayecto.

Cuando se manifiesta la primera alerta, masturba con mucha rapidez sólo la base haciendo deslizarse el anillo muy apretado; retoma luego el masaje masturbatorio. Cuando llegue la segunda alerta, procede de igual manera, pero sin exagerar la presión. A la tercera, el anillo, muy estrangulado, reemplaza a la mano y se desplaza desde la base hasta la zona media.

El masaje, al comienzo con sentido único (abajo-arriba), se equilibra progresivamente en un vaivén de intensidad uniforme: fuerte al comienzo, para disminuir cada vez más hasta que la erección pierda un poco de su rigidez sin que el pene disminuya su grosor. Puedes entonces cambiar de mano y proseguir casi indefinidamente.

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PRACTICA 1

En el ejercicio precedente se trataba de practicar la masturbación sobre la primera mitad del pene. A1 no haberse estimulado la parte anterior, hubieran bastado unos pocos pasos a su nivel para desencadenar la eyaculación.

Antes del último paso se debe transitar por el escalón intermedio que implica toda la longitud del pene, con la excepción del glande. A pesar de la acumulación sanguínea de éste, es importante habituarlo a retener una estimulación más larga en los alrededores de su punto más sensible.

La ventaja que procura la lubricación en relación con el pene masturbado en seco es crear una continuidad percibida con mayor nitidez, de modo que el acostumbramiento al placer se establece de una manera casi instintiva. La di-ferencia más neta consiste en una presión acrecentada por sensaciones más fuertes cuando ésta aporta al pene seco sensaciones quizás iguales pero netamente menos prolongadas.

La masturbación se realiza con la mano derecha, según el mismo procedimiento utilizado en el ejercicio anterior.

Esta diferencia de presión «contra natura» transmite el placer al tiempo que altera con ventajas el deseo de eyacular.

El movimiento se efectúa ahora en toda la longitud del pene, deteniéndose en la vecindad de la corona, donde el prepucio rebota.

Alterna este vaivén masivo con un movimiento más suave. De acuerdo con tus sensaciones siempre perfectamente localizadas, varía la velocidad y la longitud del vaivén.

Como en la primera parte del ejercicio, debes tener a raya tres alertas bastante cercanos para estar seguro de ingresar en una «fase de meseta» casi definitiva.

El encadenamiento preciso de estas manifestaciones en el mismo movimiento de masturbación hace del todo superfluo el tener que detenerse bruscamente. La sensaciones son perfectamente analizadas y dominadas con tal lucidez que pueden ser sometidas a todas la variaciones que se deseen.

Sólo a partir de este momento puedes actuar de manera natural, es decir, equilibrar en un primer tiempo la presión descendente de la mano en el ascenso para luego invertirla poco a poco.

También en este caso, la lubricación permite un deslizamiento que prolonga aún más el placer. Sin brusquedades e insensiblemente puedes dejar proseguir la estimulación a nivel del glande, al principio mediante el recubrimiento parcial con el prepucio, luego liberado por completo.

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PRACTICA 10

La realización del último grado de este ejercicio representa, en verdad, el estado límite al que puede ser llevada la masturbación trascendente.

En efecto, no es posible sobrepasar este nivel, pero, por el contrario, cada uno es capaz de llegar a él siempre y cuando esté entrenado. Pienso en especial en los eyaculadores precoces cuyo acostumbramiento a las dificultades crecientes de los ejercicios correspondientes a esta tercera parte los conducirá obligatoriamente a la solución de su problema.

A título indicativo, es perfectamente posible retenerse más de una hora con esta masturbación, sin interrupción, lo que sin duda no es el caso de la mayoría de los hombres que practican una masturbación ordinaria; además, se trata aquí de una masturbación global en la que ninguna parte del pene escapa a la excitación.

Retoma pues la principal forma de estimulación desarrollada en los dos ejercicios precedentes para llegar al punto en que éste comienza. Esta masturbación masiva, ejecutada solamente en sentido «contra natura» -sola-mente el movimiento de ida-, se equilibra progresivamente hasta hacerse general (ida y vuelta). El glande es ampliamente requerido en toda su superficie, el placer se hace permanente, el deseo de eyacular no aparece todavía.

Procede entonces de la siguiente manera: bloquea el antebrazo sobre la cadera (de igual modo debe proceder un colaborador), haz que la mano izquierda se deslice lo más rápido posible alrededor del glande y de sus adyacencias: la presión es muy ligera; el movimiento muy regular se prosigue al menos durante cinco minutos antes de hacerse más firme, para acabar muy apoyado.

Desde este instante, a causa de la lubricación, el prepucio no puede cubrirlo: se acentúa el goce, pero no el deseo de eyacular. Si liberas el apoyo, la mano flotante no puede realizar un movimiento por completo rectilíneo; de ello se sigue una ruptura en la base del pene, que activa bruscamente la excitación: surge el deseo.

Nada más simple en estas circunstancias que hacerlo cesar sin necesidad de detenerse: reanuda un movimiento rectilíneo y masivo más cerca de la raíz y, al cabo de unos segundos, reemprende la masturbación en su totalidad y sin apoyo.

A1 cabo de un tiempo que depende de tu voluntad, vuelve a comenzar la misma estimulación aguda y luego su disminución.

Llegas entonces al punto en que por fin te es posible masturbarte de manera clásica y muy naturalmente, es decir, mediante una manipulación mucho más apoyada hacia el abdomen. El glande ya no es evitado, la piel permanece estirada en su totalidad hacia atrás, el equilibrio entre el placer y el deseo de eyacular es total.

Tu erección es definitiva, tienes un control absoluto, todo es posible: cambiar de mano, de velocidad, de presión. La terminación no puede ser precipitada por nada salvo por tu voluntad.

Es fácil al llegar a este estadio comprender la estrecha relación entre ese vaivén que se desliza por obra de la mano y otras formas de penetración...

Para gozar, pues esto resulta al fin casi difícil, basta con realizar un masaje ligero de los testículos y más particularmente del hueco en que el escroto se une a la ingle, concentrarte bien en tu gesto, mirar intensamente tu sexo y, sobre todo, ¡quererlo!

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