Como vencer las dificultades de erección

(Colaboracion de Mark)

Muchos son los hombres que carecen por completo de fantasía. Se masturban según reglas inmutables, sin buscar ni la originalidad ni la improvisación.

El principal motivo de semejante actitud reside, sin duda, en la angustia de dichas personas. Muy a menudo, a partir de la cuarentena, cuando ya no antes, las preocupaciones referidas a la erección los sumen en una ansiedad casi enfermiza. Sólo una cosa cuenta una vez que la han logrado: hacer todo lo más rápidamente posible, aunque lamentando no poder retenerse un poco más. Por consiguiente, el objetivo del éxito a todo precio los priva de lo mejor y de lo esencial. Ese es el motivo por el que todos estos ejercicios de estimulación directa constituyen una llamada a la mayor distensión.

Antes de comenzar, repítete que se trata de un juego. En efecto, la masturbación puede convertirse en algo muy agradable si la practicas desde el principio como una actividad lúdica, sin obligaciones y, sobre todo, sin una meta. Si el resultado no es satisfactorio, no tiene importancia: sólo se trata de que no estás en las mejores condiciones de receptividad. No puedes liberarte de las presiones sociales y educacionales, o, más simplemente y con mayor sutileza, piensas que todo eso es perfectamente estúpido, que tu cometido no consiste en acariciarte.

Si éste es tu caso, estás desbordado por un orgullo totalmente fuera de lugar. Lo que más detestas y temes es volverte ridículo ante tus propios ojos.

Piensas que semejante comportamiento es digno de adolescentes a la caza de nuevas sensaciones. Toma conciencia de tu inocencia y vuelve a encontrar tu alma de niño. Así, todo será más fácil.

Asimismo, has de convencerte de que estos ejercicios no son el fruto de una imaginación débil o etérea, de que han sido comprobados y de que, a pesar de tu escepticismo, dan resultado. Pero, para que calle tu incredulidad, es ne-cesario que estés solo durante tu período de aprendizaje.

Descubrirás poco a poco hasta qué punto resulta gratificante conducir con destreza una estimulación voluntaria, antes que aprovecharse de una erección provocada ante una revista o una fotografía. Entrarás en un mundo de sutilezas insospechadas.

Muchos hombres y mujeres están persuadidos de que el fenómeno de la erección, por ejemplo, es automático. Muy a menudo, los hombres se encarnizan sin piedad y sin ninguna sensualidad con un pene fláccido, mientras que las mujeres, persuadidas de que sus manos tienen un poder milagroso, se contentan con estimulaciones aproximativas y demasiado rá-pidas. Sin duda, para un heterosexual, la presencia de una mujer puede hacer que nazca una erección a pesar de que las manipulaciones sean torpes.

Pero sucede con frecuencia que loables esfuerzos queden sin recompensa. Un rostro bonito y un físico agradable no compensan, por desgracia, la completa ignoran-cia de los numerosos puntos de estimulación del sexo del hombre. A la inversa, una mujer menos atractiva pero que se muestra experta podrá fácilmente superar las dificultades aparentemente imposibles de resolver.

Nada puede reemplazar a la técnica: el placer es tanto más intenso cuanto más profundo es su conocimiento y más perfecto su dominio.

Antes de abordar los primeros ejercicios de este manual, quiero darte un último consejo: escucha con atención las menores sensaciones que te transmitan tu mano y tu pene. Puede suceder que una estimulación convenga perfectamente a la mano derecha y que la izquierda procure en tal caso sólo el ochenta por ciento de lo realizado por su compañera. A veces, y precisamente porque un determinado movimiento se adapta peor a la mano izquierda, es recomendable confiarle a ella su realización después de que lo ha probado lo bastante la mano derecha. Ello permite disminuir la excitación y contenerla al tiempo que se la prolonga. Puede asimismo que un ejercicio no te convenga para la mano que te indico. En este caso, no dudes en cambiar de mano; así llegarás quizás al resultado que describo. Evidentemente, los zurdos se encargarán de realizar las permutaciones de rigor.

Por último, puede que, a partir de mis explicaciones, sientas algo que, sin alejarse de mis descripciones, no funciona del todo. Sé entonces imaginativo y permeable a la más fluctuante de tus sensaciones. Basta una nada, una va-riante o una modificación ínfimas para que se despierte la armonía que en ti dormitaba.


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PRACTICA 1

Siéntate en el borde del asiento, siempre perfectamente derecho, con los muslos ampliamente separados, con tus testículos y tu pene pendientes en el vacío, libres de cualquier presión. Míralos. Poco importa si tu glande está expuesto, pues la estimulación va a realizarse sobre el cuerpo del miembro. De todos modos, aun cuando se halle expuesto al comienzo, el prepucio lo recubrirá en el curso de la maniobra.

Coloca tus manos con los dedos juntos a cada lado de la base de tu pene, lo más cerca posible de la inserción de los testículos, y enderézalo en vertical. Así, tus dedos sin separar formarán una vaina a tu pene. Luego procederás de la siguiente manera: moviendo hacia arriba la mano izquierda, con la punta de los dedos envías tu pene completamente fláccido al hueco formado por los dedos de tu derecha, mientras que los de tu izquierda vuelven a su sitio inicial en la parte lateral de la base de la verga. Es ahora el turno de la mano derecha para arrojarlo en la izquierda, y así sucesivamente...

Estos movimientos deben ser lo bastante lentos al comienzo (del orden de dos por segundo), pero han de ser lo suficientemente secos, es decir, que tus dedos deben desplazarse a lo largo de tu pene de manera rápida y nerviosa. Es esta sequedad del movimiento la que expele el pene a la otra mano.

Sé muy regular y no permitas que haya un tiempo muerto entre dos «expediciones».

Asimismo, conviene asegurarte de que sólo las puntas de tus dedos se hallan en contacto.

Cuida de conservar los índices delante de tu pene para recuperarlo, ya que su blandura, de otro modo, haría que volviese a caer de inmediato entre tus muslos; al comienzo, lo más importante es la regularidad y la firmeza del ritmo. No tengas «inquietudes» respecto a tus testículos que, evidentemente, continúan colgando. En poco tiempo subirán de modo muy agradable.

Prosigue con esta cadencia durante más o menos un minuto, es decir, aproximadamente, cien veces de ida y vuelta, sin dejar de contemplar lo que haces. No flexiones la espalda; por el contrario, consérvate bien recto y con las piernas bien separadas.

A1 término de esta preparación sentirás un endurecimiento muy ligero, sobre todo si empujas tu vientre hacia delante. Es entonces el momento de acelerar la maniobra, no de modo progresivo sino instantáneamente; una co-rriente de vibraciones pasará entonces por el interior de tus muslos; ya no son las puntas de tus dedos las que eyectan tu pene, sino las dos primeras falanges en su totalidad. Tienes que sentir chocar tus dedos a cada movimiento. Echa tu vientre hacia dentro; ahora tus testículos se balancean con fuerza y comienzan a tocar el borde del asiento. La aceleración y el frotamiento incisivo y firme de tus dedos alargan tu pene; separa los muslos, bloquea tu respiración, tus testículos ascienden, acelera un poco más: ¡la erección está cerca!



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PRACTICA2

Adopta una posición medianamente relajante, con las nalgas a medio camino entre el borde del asiento y su fondo, con los brazos reposando naturalmente, las manos sobre los muslos. Déjate ir hacia atrás, con la cabeza relajada y los ojos cerrados. Es indispensable que te distiendas totalmente en el transcurso de todos estos ejercicios, ya que los preliminares vinculados a cualquier actividad sexual sólo son realmente estimulantes en medio de la mayor laxitud física y mental. Si te sientes enervado o contrariado vale más dejar el ejercicio para otro momento. Si tu espíritu o tu cuerpo no se encuentran de una manera armónica, convéncete de que no captarás tus sensaciones con toda la sensibilidad necesaria; es más, la eventual exaspera-ción corre el riesgo de provocar una crispación que, incluso en el caso de que haya placer, no liberaría para nada tus tensiones.

Procede siempre a lentas y profundas ventilaciones respiratorias; sólo cuando sientas la regularidad de tu ritmo cardíaco y un apaciguamiento podrás emprender la estimulación.

Si esto no se produce, suéltate. Con las manos apoyadas en tus muslos medianamente separados, con las piernas replegadas, coloca tus pulgares juntos más o menos a un centímetro de la corona de tu glande. Los índices han de estar en oposición justo a nivel del frenillo. Tus testículos reposan con naturalidad en la raíz de la entrepierna, sin que antes los hayas «arreglado».

Comienza con un movimiento de báscula del glande tirando los índices hacia abajo y llevando hacia arriba los pulgares, que, inevitablemente, arrastrarán el prepucio y harán que cubra el rodete. Este movimiento debe estar alternativamente sincronizado, ser regular y tener muy poco apoyo. Los cuatro dedos en cuestión no deben desplazarse, mientras que los restantes han de estar replegados.

Al cabo de un tiempo de entre treinta y sesenta «movimientos de báscula», notarás con nitidez la hinchazón de tu pene. Tensándose de manera progresiva, los pulgares llevan cada vez menos la piel por encima del glande.

Proseguirás entonces estos movimientos dándoles mayor apoyo a los dedos. Mediante una presión más fuerte y un movimiento de báscula hacia delante cada vez más acentuado, la estimulación se amplifica. Entonces es necesario tirar hacia abajo los índices, cada vez más fuerte y más lejos, imprimiendo francas sacudidas. El movimiento debe hacerse más brusco y con mayor amplitud hacia abajo, ya que los índices realizan lo esencial del trabajo mientras los pulgares se limitan a seguir el movimiento alternativo. No tires tu pene hacia abajo; al contrario, manténlo hacia atrás, un poco como si quisieras hundirlo en tu vientre.

A partir de entonces verás que su talla ha variado considerablemente. Aprieta entonces las piernas y las nalgas una contra la otra sin preocuparte de los testículos, que se hallan aprisionados; aumenta más la fuerza de los movimientos, ejecútalos de manera seca y dinámica.

Llega el momento en que puedes contemplar el resultado de tus manipulaciones y, con ello, acrecentar tu excitación. Aplasta con fuerza las rodillas una contra la otra, tensa el vientre, tensa los músculos de las nalgas; tu glande se ha puesto de color púrpura y el pene ha llegado al tamaño justo. Conserva la velocidad, apoya aún más tus pulgares que chocan y rebotan sobre la corona, extiende tus piernas siempre apretadas, cruza los pies. ¡Formidable erección!



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PRACTICA3

Para ser bien percibida por la parte implicada, toda estimulación debe mantenerse durante cierto tiempo. Hay que evitar pasar con demasiada velocidad de una a otra forma de excitación antes de haber explotado lo bastante la precedente. Ten en cuenta que, muy a menudo, es abordando la dificultad mediante un rodeo cómo se llega a resolverla de modo más satisfactorio. Incluso si resulta indispensable efectuar estimulaciones directas en tu sexo para lograr la erección, la solución más eficaz no suele ser la más directa.

Aquí se presenta otro ejercicio que lleva rápidamente a la erección y que tiene la ventaja de mantener desde un comienzo la mano en una posición muy similar a la que adopta en la masturbación clásica. Puede hacerse a partir de la posición sentada tanto como a partir de la posición de pie; es una base de excitación muy recomendable en caso de pene particularmente apático y de testículos «debiluchos». Si prefieres permanecer sentado, resulta totalmente necesario colocarte al borde del asiento a fin de que la ejecución sea perfecta.

No olvides la distensión mental, sobre todo si fallan un poco los recursos físicos; la cabeza es absolutamente fundamental para todo, y con mayor razón en materia sexual.

Separa tus muslos al máximo cuidando de mantener recta la espalda: repito que esto es importantísimo. Por otra parte, durante las primeras tres cuartas partes de la estimulación mantén los párpados cerrados.

Libera tu glande. El borde de tu mano derecha reposa en la cara interna del muslo; colocarás el pulgar y el índice en oposición a la base del glande, mientras que los otros dedos han de mantenerse extendidos. El pulgar y el índice de la mano izquierda se colocan frente a frente en los lados de tu verga, pero siempre implantados en la base de ésta; así pues, tu pulgar izquierdo debe estar sobre el lado derecho.

Con estos dos dedos es necesario mantener un apoyo firme al tiempo que se efectúa una tracción constante hacia abajo. El pene no debe estar vertical, sino paralelo a los muslos.

Cuando se ha adoptado esta posición correcta, comienzas a imprimir de inmediato a tu mano, y a partir de la muñeca, vibraciones muy rápidas de arriba hacia abajo, con el antebrazo rígidamente bloqueado. A continuación bloquearás el antebrazo a partir de la muñeca, luego agitarás con mucha velocidad el glande con tus dos dedos apenas apretados; la estimulación se hará cada vez mayor. A menudo la erección aparece al cabo de un tiempo extremadamente corto.

Tu pene se alarga y se endurece con excesiva velocidad; al mismo tiempo es necesario apoyar aún más los dedos izquierdos y estirar con mayor fuerza hacia abajo. Para conservar este ritmo sin mella, puesto que el pene tiene ten-dencia a escaparse hacia el interior de tus dedos, aprieta tus otros tres dedos contra la palma: ya estás casi en erección.



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PRACTICA4

Sin ninguna duda, para la mayoría de los hombres, la posición de pie es la más estimulante y, en cualquier caso, la actitud preferida de los europeos durante el coito.

Por otra parte, es la actitud que mejor favorece la erección.

Estás, pues, de pie, desnudo, bien firme sobre tus piernas separadas por unos treinta centímetros. Miras tu sexo: desde el comienzo debes aprender, al sentirte excitado por la visión de tus órganos genitales, a conservar la lucidez indispensable para conservar tu distensión muscular. Sin lugar a dudas, esto no resulta evidente desde el comienzo, sino progresivamente; repitiendo aprenderás a dominar el asunto.

Cuida descubrir tu glande en caso de que él no lo haya hecho por sí mismo y controla tus nalgas con tus manos a fin de tomar completa conciencia de tu relajación.

Sobre el miembro relajado coloca tres dedos de la mano derecha: el mayor en la base del glande, el índice separado de los demás y situado justo por delante del meato, el pulgar sobre el dorso del pene (en la zona media), sin tocarlo.

La mano izquierda se limita a coger la nalga izquierda, simplemente apoyada sobre ella y no apretada, con el fin de llevar a cabo en todo momento la verificación del relajamiento.

Sacude lentamente y sin esfuerzo el pene de arriba a abajo sólo con el auxilio de tus tres dedos inferiores, que mantienen un contacto permanente. Este movimiento de poca amplitud hace que el dorso de tu pene golpee suave-mente en tu pulgar.

A1 cabo de unos cincuenta golpecillos, sentirás que se endurece. Tus nalgas se contraen y también tus muslos se endurecen. Distiéndete y no pienses ya en masturbarte.

Sólo se trata de buscar una deliciosa estimulación; nada más.

Poco a poco, al ver hincharse tu pene, sacúdelo con un poco más de vigor, con el pulgar siempre sin adherir.

Es necesario imprimir al glande, con una velocidad apropiada, una separación lo suficientemente neta respecto al cuerpo de la verga.

A partir de este momento, ésta debe percutir en la punta de tu índice. A1 cabo de algunos segundos sentirás un ligero dolor causado, precisamente, por este cacheteo. Es un buen signo, el dolor cesará: sin abandonar la maniobra, con las nalgas distendidas, entrarás en erección...



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PRACTICA5

Entre todos estos ejercicios, algunos son más excitantes que otros. Algunos, incluso, se revelan particularmente eficaces para conducir a la erección en un lapso sorprendentemente corto. Otros, sin dejar de ser estimulantes, requieren una espera netamente superior. Por último, hay otros que no te resultarán demasiado evidentes. Puede incluso que algunos no te procuren ningún placer, mientras que encantarán a otras personas.

Antes de saber lo que es apropiado, hace falta haberlo probado, y más de una vez, pues lo que un día es negativo puede perfectamente resultar positivo al siguiente.

No conviene subestimar tampoco la imperfección de tus manipulaciones respecto a la técnica de manipulación presentada en el ejercicio. Puede que no la hayas captado bien y, en tal caso, el resultado no estará a la altura. Cada detalle tiene, o puede tener, una extrema importancia: un dedo colocado muy arriba o demasiado apoyado en un determinado momento puede, en efecto, contrariar de modo irremediable el efecto perseguido.

No olvides nunca que la menor variación es a veces suficiente para trascender tu placer.

El ejercicio que te propongo en este capítulo se revela muy excitante en la posición de pie y, por el contrario, más bien decepcionante en posición acostada. Pero, a pesar de su aparente simplicidad, su perfecta ejecución requiere mucha delicadeza y una excelente agilidad en la muñeca.

Sobre tu pene completamente relajado rodeas el glande descubierto con los extremos de los cinco dedos de la mano derecha colocados justo por detrás de la corona, con el pulgar colocado naturalmente sobre el dorso del pene. Lo mismo ha de suceder cuando sea una compañera la que produzca esta estimulación.

Levanta el pene hasta llevarlo a la horizontal, con el pulgar y el índice izquierdos colocados en oposición respecto a la base de éste.

Debes lograr que la muñeca se halle completamente flexible y relajada, claramente separada de la mano, formando prácticamente un ángulo recto.

Comienzas con la mayor rapidez posible un movimiento de vibraciones laterales izquierda-derecha de muy poca amplitud: ¡imagina que se trata de ultravibraciones! Para ello se requiere que la punta de los dedos se hagan particularmente ligeras, con un apoyo lo bastante superficial. La excitación comunicada se logra mediante esta impresión de incitación eléctrica y no mediante el tacto; tus dedos están allí sólo para mantener el pene en posición horizontal y para servir de paso a esta corriente emitida directamente a partir de la muñeca. Evidentemente, cuanto más capaz seas de producir esta aceleración de ultravibraciones, más sentirás tu sensación como una corriente que electrifica la zona sensible del glande.

Conserva siempre con suficiente apoyo los dedos agarrados a la raíz del pene, que, al mismo tiempo, tensan la totalidad de la piel.

Cada dos o tres segundos reajusta estos dos dedos por medio de desplazamientos imperceptibles de adelante a atrás. Tu pene comienza a hincharse: duplica la velocidad sin aumentar la amplitud del movimiento. Se hace todavía más grande; tus vibraciones deben hacerse entonces más secas, pues la aparición de la rigidez del pene obliga a los dedos a separarse: ya no lo mantienen, pero le sirven de dique. Las puertas de la erección están abiertas...

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PRACTICA6






Es éste un ejercicio particularmente estimulante.

Toma tu pene con la mano izquierda, con los cuatro dedos por debajo de su eje, apoyando simplemente las yemas; el pulgar se coloca, sin ejercer presión, justamente en la mitad de la cara superior.

Comienza a ejercer presiones muy suaves con los cinco dedos; el pulgar se apoya y desciende por la masa del pene, mientras que sólo el índice, situado en la base del glande, justo sobre el frenillo, responde simultáneamente mediante presiones de abajo a arriba.

Este movimiento se lleva a cabo sin fuerza, con una cadencia de dos impulsos por segundo, y da a tu pene una angulación acentuada, prácticamente de noventa grados.

A1 cabo de unas decenas de segundos podrás constatar una renovación de la excitación; el pene comienza a hincharse ligeramente. Continúa con el mismo ritmo, solo que imprimiendo mayor vigor a tu estimulación.

En este estadio, el efecto no se hace esperar demasiado, es el momento de hacer que tu pulgar se deslice algunos centímetros hacia atrás, a mitad de camino entre la raíz y la zona media del pene. Tu índice también se desplaza de modo que es su parte media la que se apoya en el costado derecho del glande. Continúas la misma forma de estimulación, sin aumentar la velocidad; también el pulgar prosigue sus presiones, aunque cada vez con mayor apoyo; el índice se cierra con sequedad y tu pene sufre entonces un desplazamiento oblicuo de abajo a arriba.

Tus dedos se hallan constantemente en contacto con él; a medida que se produce la hinchazón, le imprimes sacudidas más breves y con mayor apoyo. Comienza entonces a endurecerse, tu índice ya no puede mantenerse en su colocación inicial, se desplaza hacia abajo con estiramiento de la piel, pero continúa el mismo movimiento con el mismo ritmo; entonces debes imprimirle más fuerza. Tu pene recibe ahora una estimulación más viva y viene a chocar con el hueco de la mano en el sitio en que se unen el pulgar y el índice. A1 mismo tiempo, y a medida que la vivacidad de la cadencia y la erección comienzan a aumentar, los dedos restantes se desplazan un poco más sobre el lado derecho del pene y participan en la acción del índice mediante una presión más sostenida.

Cuando tu glande comience a adquirir una tonalidad púrpura, cesa toda clase de estimulación, sin retirar, no obstante, la mano. Conténtate con dirigir tu atención a otra parte; basta sólo con medio minuto para que la incipiente erección se disipe un poco.

Vuelve a emprender la estimulación desde el comienzo: constatas entonces que te es necesario menos tiempo para volver a dar a tu pene el estado en que lo habías abandonado. Prosiguiendo tus manipulaciones con acrecentado vigor, llegas entonces a una erección completamente satisfactoria.

Si quieres aumentar la intensidad de tu placer, continúa masturbándote variando el ritmo de tus incitaciones, así como la amplitud y la naturaleza de la presión mediante un poco más de fuerza. Resístete a cambiar de movimientos y pon mucha atención en el desplazamiento del índice.

Manteniéndote muy concentrado, serás capaz de estimularte durante largo rato.



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PRACTICA7

En ocasiones, la dificultad de erección proviene de falta de interés y de la laxitud que se experimenta ante la masturbación.

Sin ninguna excitación proveniente del exterior, el cuerpo se encuentra saciado y la necesidad sexual experimenta su punto más bajo. Es un momento en que el sexo no está presente en la cabeza.

La apatía sexual, fruto de satisfacciones anteriores, no puede disiparse si no es gracias al tiempo necesario para la recuperación.

Durante este período, sin embargo, si el cuerpo no tiene ganas de reaccionar, el cerebro, por su parte, experimenta incitaciones involuntarias. Puede tratarse de toda suerte de representaciones sexuales capaces de esti-mular indirectamente nuestros sentidos: la vista, en primer lugar y casi esencialmente, pero también, en menor medida, el olfato. En cuanto al tacto, que en otras circunstancias es la mejor fuente de excitación, puede resultar totalmente ineficaz, aun si voluntaria o involuntariamente se desea: resulta pues normal y perfectamente justificado rehusar forzar la naturaleza. No obstante, no puede tacharse de insensatez el querer reencontrarse deliberada-mente con el estado de satisfacción mediante una estimulación voluntaria que no hará más que anticiparlo.

El siguiente ejercicio no tiene otra finalidad que la de probar que esto es posible en un tiempo señaladamente corto. Sólo es necesario conjugar el espíritu y el tacto cuando por separado resultan insuficientes. Con una ma-nipulación táctil particular y un pensamiento preciso utilizados conjuntamente, descubrirás una estimulación realmente positiva.

Sobre tu pene por completo fláccido y con el glande descubierto, colocas en oposición el pulgar y el índice derechos justo detrás de la corona del glande, mientras que los otros dedos se mantienen alejados por completo. Colocas el pulgar y el índice izquierdos igualmente en oposición en la raíz del pene, cuidando de que el índice se apoye en la parte más profunda de aquélla, es decir, profundamente en el centro de tus testículos.

En estas circunstancias es necesario que no te contemples: has de mantener los ojos cerrados como en la mayor parte de las estimulaciones en posición sentada (mientras que es más gratificante en los ejercicios que deben ejecutarse de pie ver los órganos genitales desde el comienzo de la búsqueda de excitación). Evocas con intensa concentración tu eyaculación precedente, sobre todo si ha sido potente; de otro modo, buscarás una eyaculación anterior particularmente satisfactoria. Has de poner atención únicamente en el instante que la ha precedido en el transcurso de la masturbación.

Los dedos izquierdos deben apoyarse con firmeza apretando estrechamente la base del pene, mientras que los de la derecha deben, por el contrario, mantener un tacto delicado. Esta diferencia de presión entre las dos manos es indispensable desde todo punto de vista.

Comienzas un movimiento muy lento y clásico de masturbación, pero que abarque un centímetro, no más. Con la piel del prepucio cuidadosamente estirada, tu pulgar no debe desplazarse sino que, por su movimiento hacia delante, ha de venir a desplazar la corona. A1 mismo tiempo, el pulgar izquierdo se apoya con sacudidas muy netas mientras que el índice, hundido cada vez más en la base, la aprieta.

Así pues, ha de haber sincronización entre los dedos derechos que estiran y los dedos izquierdos que presionan hacia atrás. No es necesario demasiado tiempo para experimentar una sensación muy agradable y el deseo de volver a encontrar el placer. Mantén muy fuerte la concentración mental en tu eyacula-ción anterior. Aumenta poco a poco la amplitud de tus manipulaciones: la fuerza, pero no la cadencia (ésta debe proseguir muy lenta). Alterna entonces los dos movimientos opuestos de ambas manos. Podrás constatar que...



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PRACTICA8

He aquí un ejercicio que constituye un ejemplo de estimulación de todo punto inhabitual y que, además, puede tomarse como una forma de diversión.

Tus pulgares se hallan colocados frente a frente, detrás de la corona del glande; los tres dedos siguientes de tus manos se colocan debajo del pene, a cada lado de su eje y también frente a frente, con los dos meñiques en un mismo plano, aunque separados de los otros, a nivel de la inserción de los testículos. Repliega los dedos inferiores alternativamente. Este movimiento procura una especie de cizalladura que debe efectuarse a una velocidad aproxi-mada de tres impulsos por segundo para cada mano. Así pues, la piel que rodea el miembro se halla pinzada y sentirás rodar el cuerpo de tu pene en la yema de tus dedos.

En el transcurso de este movimiento, tus meñiques alzan las envolturas de los testículos, que, así, resultan estimulados por este balanceo.

A1 cabo de algunas decenas de segundos de esta incitación tan rápida y a la vez tan poco apoyada, desplaza hacia atrás uno o dos centímetros los pulgares, sin abandonar el movimiento que venías realizando. Ahora son so-lamente tus índices los que se ocupan del glande. Siempre de modo alternativo, los repliegas ejerciendo una presión un poco más fuerte; la cizalladura resulta ampliada y tu glande experimentará los efectos. Es necesario inclinar aún más la punta de los índices, los cuales, debido a su nueva posición, tiran hacia abajo el glande, que comienza a hincharse; la corona adquiere una tonalidad púrpura y frota los lados de las primeras falanges de los índices. A medida que prosigue el entumecimiento del pene, los pulgares se separan y se apoyan con un poco más de firmeza mientras se acrecienta la excitación. Pero debido a la erección naciente, tienen progresiva dificultad para mantenerse en el medio. Por ello debes volverlos a su posición inicial, justamente detrás del glande.

Agrupa entonces los dedos inferiores, cuatro por un lado y cuatro por el otro, siempre frente a frente y siempre a los lados del eje inferior de tu pene; los medios se encuentran entonces mirando a los pulgares. Con mayor velocidad, y sobre todo con mayor presión, sigue ejerciendo el movimiento de cizalla alternado, pero ahora con la punta de los dedos.

Para percibir todo el encanto de esta sensación particular es necesario que los pulgares tomen apoyo sobre una pequeña porción de prepucio que se encontrará bloqueada alrededor de la corona del glande. Los dedos, pues, se desplazan lateralmente siguiendo la curva de éste y dan la impresión de rodar en este canal. Los pulgares y el resto de los dedos tiran de la piel (y así se encuentran) y hacen que el pene efectúe un desplazamiento lateral netamente más acentuado a nivel del glande, el cual, en este momento, parece escaparse de los dedos. Estás llegando a una hermosa erección.

Suelta los dedos, con excepción de los pulgares y los índices, que se conservan en la misma posición, sólo que con los pulgares un poco más de plano. Puedes seguir ejecutando estos tirones de izquierda a derecha con mucha fuerza y muy rápidamente, siempre que continúen siendo alternados.

Puedes continuar esta estimulación a voluntad sin sentir la necesidad de eyacular.



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PRACTICA9

Siendo la posición acostada la que corresponde naturalmente al reposo, es normal que resulte menos excitante. En ella más que en cualquier otra, si la imaginación falta a la cita, la laxitud termina por imponerse y destruye todas las buenas intenciones. La comodidad (y el caer rendido sobre la almohada...) e incluso la pereza, madre de todos los vicios, no encuentran en estas circunstancias un estimulante para las expansiones sexuales.

Para apreciarlas y conocerlas de verdad, es necesario «aprender la cama».

Y es precisamente porque el hombre suele ser ante todo sexual que el lecho, después de algunos años, termina por dormirlo. Deja de tener otro atractivo y pierde cualquier poder de evocación.

Si fuera sensual, cedería a la curiosidad que genera toda innovación. Mas para ser sensual en el lecho, hay que acostarse desnudo. Los sondeos de opinión arrojan una proporción enorme de personas que se acuestan en pija-ma, chándal o pasamontañas.

Para jugar con el propio cuerpo o para gozar del cuerpo del otro, el verdadero acercamiento pasa por las caricias, y las caricias sólo se dan sobre un cuerpo desnudo. La sensualidad pasa sobre todo por la desnudez.

No deja de haber motivos para espantarse de la cantidad de personas que ignoran hasta el simple placer de tumbarse desnudo entre las sábanas o sobre el colchón.... Estirarse, frotar las nalgas, remover los muslos, dejar deslizar los brazos y acariciar la ropa de cama, hacerse un ovillo y replegarse, ronronear, hacer crujir la sábana con la yema de los dedos, desovillar sus pliegues sobre el sexo... y todo esto puede ser un lujo supremo sobre unas sábanas de raso nuevas, limpias, planchadas y perfumadas.

Así, la desnudez en el lecho, cuando se le toma gusto, cobra las apariencias de un rito, de una comunión. Es algo más que un placer raro y refinado: es el arte del tacto extremado y cómplice que confina con la voluptuosidad. Así considerada, la desnudez puede dejar de ser un medio para convertirse en un fin.

Este ejercicio consiste, para todos aquellos que ignoraban estas sutiles alegrías, en aplicar lo que precede. ¿Cómo podrían ellos otorgarse un tacto refinado si no ponen su cuerpo en armonía con su medio ambiente más pró-ximo?

Haz más dócil tu cuerpo, el lecho también está hecho para eso. Acaricia con las telas que te rodean todo tu cuerpo, saborea ese contacto. Pronto te reprocharás el no haber sabido 0 querido apreciar antes estos instantes extáti-cos. Deja vagar tus manos por su superficie, por todas partes, acaríciate, sin otra finalidad que la de entregarte a tu desnudez.



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PRACTICA 10

Este ejercicio no tiene la pretensión de ser universal, pero a muchos puede permitirles realizar el verdadero descubrimiento de su cuerpo. Un gran número de hombres se sienten extremadamente molestos al saber que cuentan con otras zonas erógenas además de su sexo; hombres que, por añadidura, están persuadidos de que sólo las mujeres tienen sensaciones diversas, múltiples y difusas.

Si bien la glándula mamaria y la lactancia pertenecen a la mujer, las terminaciones nerviosas y los corpúsculos táctiles de la piel son una constante común a ambos sexos.

Existen otras zonas erógenas diversamente distribuidas y apreciadas. La piel, en su conjunto, cuenta con la particularidad de detectar la gama completa de las reacciones al tacto, yendo desde una increíble insensibilidad hasta el paroxismo de la sensibilidad.

Este ejercicio te incita vivamente a conocer tu cuerpo para despertar tu sensibilidad. Es completamente posible obtener una erección sin ninguna manipulación del sexo. Sólo hace falta acariciar las zonas erógenas con la ayuda de las manos o de los dedos.

Dispón tu pene relajado en posición levantada, apoyado contra el vientre, cierra los ojos, distiéndete, separa las piernas.

Comienza por rozar suavemente tu abdomen con tus dedos y luego hazlos ascender en dirección a tus pectorales. La punta de los dedos debe estar temblorosa y desplazarse de manera casi imperceptible. Vuelve a bajar y sube otra vez, enseguida; la punta de los senos resulta estimulada en el curso de esta manipulación.

Aléjate de ellos y vuelve después, con mayor insistencia; los pezones se endurecen, se experimenta una primera oleada de placer difuso en la parte superior del cuerpo. Excítalos ahora con los pulgares, humedécete los dedos medios con saliva, prosigue el conjunto de estas manipulaciones de modo alternado, cuida de pasar por el vientre y las nalgas; vuelve a los senos, frota las nalgas contra las sábanas, dobla las piernas y curva los riñones.

Continúa recorriendo todas las partes con los dedos, a veces ligeros, otras en forma de caricias más sostenidas, juega con las uñas, pero con la mayor frecuencia posible vuelve a los senos, estimulándolos con los dedos humede-cidos.

El pene comienza a hincharse; no lo toques, acaricia solamente sus alrededores. Separa una vez más las piernas, repliégalas, contrae los músculos pelvianos. Aprieta las rodillas mientras mantienes las piernas replegadas.

Extiende entonces las piernas apretadas, con los talones hacia afuera; mediante esta maniobra, los testículos quedarán aprisionados y estirados entre tus muslos.

Tu pene se levanta; continúa levantando los riñones, apretando las nalgas, removiéndote. Retoma el conjunto de estas manipulaciones mezclándolas, sobre todo no olvides los pezones... mojados, y los músculos pelvianos.



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PRACTICA 11

El presente ejercicio se asienta un poco sobre las mismas bases de estimulación que los precedentes, aunque más puntualizadas y precisas. Las sensaciones son muy notables, especialmente para quien tenga una particular sensibilidad en los senos, pero, para poder apreciarla y sobre todo prolongarla, conviene ser cerebral. En este caso también, sin masturbarte, y sin las manos, puedes no sólo tener una erección sorprendente, sino que puedes empujar la excitación hasta la eyaculación.

A1 contrario que el ejercicio anterior, que recurre en gran parte a la estimulación de tu cuerpo en movimiento, éste aborda sólo dos puntos durante la fase de logro de la erección, permaneciendo tú completamente inmóvil.

Acostado de modo perfectamente recto, dispón tus órganos sexuales de la siguiente manera:

Estiras los testículos para pinzarlos entre los muslos, con la piel de las envolturas bien tensa, de modo que, a la vez, tu pene descanse verticalmente sobre tu vientre; vuelves a juntar los muslos, sin apretarlos, así como las rodillas y los tobillos.

No te muevas más y mantén los ojos cerrados. Concéntrate de manera absoluta, pronto experimentarás sensaciones picantes. Es necesario que estimules tus pezones cogidos entre las yemas del pulgar y el índice, estirándolos y pellizcándolos con fuerza. Arquea moderadamente los riñones, expande los pectorales, hunde las nalgas en la cama, bloquea la respiración. Cuando los pezones comiencen a endurecerse, pasa un dedo sobre ellos estirando de arriba a abajo. Humedécelos con saliva, gira tus mayores también húmedos alrededor de las aréolas, rasca las puntas con las uñas y vuelve a empezar esta serie de manipulaciones alternándolas para hacer que tus sensaciones fluctúen. Hunde el vientre al tiempo que aprietas las nalgas mediante suaves sacudidas.

Tus pies se tocan, tensa los músculos de los muslos y, sin desplazarlos, da fuerza al interior de los mismos para que se eleven ensanchándose aproximadamente un centímetro. Relaja los músculos de los muslos apretando las rodillas y separando las nalgas, de modo que obligues a los riñones a ahuecarse aún más hundiendo un poco más las nalgas.

Estos movimientos deben ser exteriormente apenas perceptibles; se trata de estimulaciones internas. Retómalos según una cadencia lenta y regular y conserva una concentración intensa sobre tus sensaciones.

Evidentemente, el pene aumenta de tamaño, se hace más grueso y se estira. Continúa la excitación de los senos y prosigue la estimulación del sexo mediante iguales movimientos, aunque esta vez permaneciendo con los muslos apretados con fuerza uno contra el otro. Cuando contraes las nalgas se produce una elongación de tus piernas y, cuando las abres hundiéndolas, un apisonamiento y una elevación de las rodillas. Todo esto se logra esencialmente por el juego de contracción y relajación de los músculos pelvianos sin que la amplitud de estos movimientos exceda uno o dos centímetros. No es necesario recurrir a fantasmas poderosos; se trata sólo de una simulación de los movimientos de mete y saca del coito, según un ritmo lento y regular.

Mantén permanentemente la excitación de los pezones y de las aréolas acompasadamente con tus vibraciones. Con la ayuda de una mano pellizca con mayor profundidad aún la piel de tus testículos y estírala bien.

Estira la punta de los pies al mismo tiempo que contraes los músculos de los muslos, los cuales se deslizarán frotándose uno contra el otro; esto refuerza la estimulación de tu pene, que se pone erecto cada vez con mayor intensidad. Mantén sin cesar la excitación en la punta de los senos de manera muy aguda, presta mucha atención a tus sensaciones, siempre con los ojos cuidadosamente cerrados.

Puedes entonces cruzar los pies; esta maniobra distiende al máximo el pene, y tu placer aumenta considerablemente. A partir de este momento, amplifica los movimientos hacia delante y atrás de la pelvis. ¡Gozarás si prosigues!



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PRACTICA 12

He aquí otro ejercicio que estimula la erección, pero que se ejerce sólo sobre la base del pene. Es necesario que tengas el ánimo tranquilo y la seguridad absoluta de que no vas a ser molestado. Es indispensable que los preparativos se efectúen como si se tratase de una fiesta íntima. Ocúpate de disponer de una iluminación tenue y de una música apropiada; dispón todo de suerte que tus sentidos participen en esta consagración del tacto.

El erotismo requiere un escenario de calidad y necesita cuidados y tiempo para traer consigo el deseo; nada hay más nefasto que la precipitación.

El siguiente ejercicio no hace excepción a esta regla: el comienzo de las estimulaciones te parecerá, sin duda, fastidioso, pero constatarás progresivamente que la relativa lentitud con la que hará que sobrevenga la excitación se atenuará para dejar su lugar a sensaciones originales. No te desalientes a causa de los dos o tres primeros minutos, es necesario ser per-severante.

Acuéstate, déjate llevar, con las piernas bien separadas y el cuerpo hundido.

Coloca los pulgares en el dorso del pene, cara a cara, justo debajo de la inserción e incluso un poco más adentro. Por encima de la curva que dibuja sobre el pubis. Debe descansar hacia arriba, con el glande apuntando hacia tu cabeza.

A la altura de la ingle hunde los dedos mayores a una y otra partes de los testículos. Coloca tus índices en la base de la verga, a cada lado de la línea media, reposando en la inserción de los testículos y hundiéndose en ella. Cuida de estirar la piel del pene a fin de que descienda. Dispuestos de este modo, los dedos se reencuentran casi alrededor de la raíz interna de tu miembro, lo más adelante posible.

Comienza de la siguiente manera: acerca alternativamente los índices a los mayores, sin cambiarlos de sitio. Así, apoyados en la parte interna del pene, encierran algo de la piel de los testículos, bien tensa; el pene se halla con la base comprimida por los dedos, que se encuentran en disposición de retorcer el conjunto lateralmente. Con los pulgares mantén una fuerte presión sobre el dorso del pene durante la estimulación transmitida por los índices dispuestos de plano.

Estos movimientos deben ser lentos y profundos; el pene no tiene que tocar ni el vientre ni los dedos. Si los apoyos son firmes y la piel está bien tensa, se mantendrá en equilibrio, a igual distancia del vientre y de la vertical; presta mucha atención al movimiento de los índices. La sensación de torno en la raíz del pene no tardará en manifestarse.

Los muslos se tensan poco a poco, sin dejar por ello de mantenerse abiertos. Sin abandonar estas manipulaciones, aporta con los dedos una estimulación simultánea, pero siempre de forma alternativa; lleva hacia abajo un centímetro las manos, sin dejar de mantener firmemente su presa.

El pene comienza entonces a hincharse, más a lo ancho que a lo largo pues su piel está demasiado tensa. No muevas más los dedos. Apoya con mayor fuerza los pulgares y empuja hacia abajo todo el bloque; las manos han de quedar apoyadas de plano sobre las ingles. Puedes entonces acelerar progresivamente la cadencia, y luego cada vez más vigorosamente hasta, por último, hacerse muy rápida.




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PRACTICA 13

El ejercicio que ahora se presenta es del mismo tipo de los precedentes; permite, con la condición de estar en un estado particular, obtener una erección total sin hacer que intervengan las manos.

Dicho esto, conviene aclarar que no se trata de imaginarse manco o de exagerar la importancia que tiene lo cerebral, ya que el pene no se levanta mediante órdenes a distancia. Hace falta, pues, que resulte estimulado indirectamente haciendo intervenir paralelamente las manos sobre otras partes del cuerpo, precisamente sobre las zonas erógenas secundarias, pero de especial importancia, es decir, los senos y el ano.

Comienza así este ejercicio: acuéstate sobre el dorso, con la pierna izquierda distendida y la derecha replegada sobre aquélla; el pene queda así comprimido en su base entre ambos muslos; el glande resulta liberado del prepucio y emerge sólo en la intersección. Incorpórate apoyado sobre el codo izquierdo de modo que el torso se disponga en una inclinación de cuarenta y cinco grados con respecto al plano de la cama.

Con mucha rapidez el glande adquirirá un color púrpura como consecuencia de la estrangulación de su base.

Comprime y afloja los músculos pelvianos. Sin mover la pierna izquierda, lleva hacia delante la rodilla derecha sin despegar los muslos. En este momento es cuando hay que contraer los músculos pelvianos; este movimiento se apoya masivamente sobre el cuerpo de la verga, la cual experimenta una fuerte presión por todos lados.

Al estirar la rodilla, propulsa hacia dentro el vientre para tensar la cincha abdominal.

Cuando el muslo vuelve a su sitio, como consecuencia de la retirada hacia atrás de la nalga derecha, los riñones se ahuecan y parece que el pene desapareciese entre los muslos.

A cada nuevo empuje de la rodilla hacia arriba y hacia abajo, ésta aplasta con mucha fuerza las masas de los muslos entre sí.

A partir de este instante puedes aumentar considerablemente la sensación de bienestar y de placer estimulando la punta de los senos con cada una de tus manos. Humedece los dedos mayores, gira alrededor de las aréolas, con delicadeza y rapidez y luego con mayor presión y más lentitud; con golpes incisivos emplea alternativamente tus uñas.

Acelera la cadencia de los lomos, con los ojos constantemente atentos al glande, que se vuelve francamente turgente, lo que aumentará la excitación. A partir de ese momento no desearás otra cosa: continuar aún durante largo tiempo de este modo, dándote un placer que puedes dominar por completo. Ni siquiera tendrás deseos de gozar.

Esta sensación es intensa, aguda, permanente; no deseas masturbarte y tienes la impresión de que la eyaculación no puede sobrevenir.

Si te complace estimular tu ano, ello resulta muy cómodo con los dedos de la mano derecha, mientras que la izquierda prosigue con la excitación del seno izquierdo.

Puedes hacer variar la intensidad de tus sensaciones y tomarte un respiro de recuperación dejándote caer sobre la espalda, manteniendo las piernas en la misma posición, los movimientos son todavía más amplios y la base de tu pene resulta más comprimida. Puedes cambiar de lado, alternar, volver a empezar. Este paroxismo de la excitación resulta verdaderamente delicioso.




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PRACTICA 14

Este ejercicio no parecerá fácil en una primera lectura pues en él la estimulación se aleja voluntariamente de las zonas sensibles.

En efecto, ni los testículos ni la raíz del pene ni el glande reciben la excitación de las manos. Es, pues, el cuerpo de la verga el que experimenta el juego de éstas; no hay que olvidar que él también reacciona perfectamente bien al tacto y que incluso es el lugar casi obligado de aferramiento durante la masturbación, la felación e incluso el coito. Pero en el transcurso de estas tres últimas incitaciones, el glande no resulta disociado; por el contrario, es su prolongación, hacia la cual afluye la mejor de las sensaciones. Ese es el motivo por el que, en un tiempo demasiado corto para la mayoría, la eyaculación se produce ineluctablemente poco después.

Curiosamente, además, la estimulación exclusiva del glande o sólo del cuerpo del pene no aguza con tanta intensidad el deseo de gozar. Así disociados, la posibilidad de mantener un período infinitamente más largo se realiza casi sin esfuerzo, con la condición de no ceder a las ganas de acabar ya que, instintivamente, es muy lógico no querer restringirse. Si se está bien, se quiere siempre estar mejor; ése es el motivo por el que uno se deja conducir con facilidad a la aceleración de la fase preparatoria.

Hay que hacer el esfuerzo de mantener la excitación a un nivel soportable, a igual distancia de la apatía inicial y de la eyaculación.

Logrando este compromiso se tiene casi la seguridad de no tener que lamentar una eyaculación prematura, y se puede apreciar todo el valor del placer producido por la espera.

Siempre perfectamente extendido sobre la espalda, las piernas a cada lado, tocándose pero sin presiones, dejas caer normalmente los testículos, cuya piel inferior resulta retenida sin esfuerzo por los muslos, sin ninguna tensión.

En el punto medio del pene, que descansa sobre el abdomen, coloca, sobre su dorso y cara a cara, los dos pulgares debajo y, frente a frente, los tres dedos siguientes de cada una de las manos. Los meñiques quedan, netamente separados del resto, a cada lado de la base misma del pene; sólo sirven aquí de apoyo, sin participar directamente en la estimulación dirigida por los dedos restantes.

Comienza entonces con presiones simultáneas de los pulgares en dirección al grupo de dedos correspondiente, el papel de los cuales es bloquear el enderezamiento de tu pene. Hazlo con mucha lentitud y regularidad, cui-dando que tus pulgares se toquen siempre, justo en el medio. A1 comienzo, estas presiones no son muy intensas. Durante aproximadamente un minuto mantienes este ritmo concentrándote bien en el cuerpo de tu verga. Poco a poco sientes una mayor firmeza y las primeras oleadas de bienestar. Sobre todo no precipites el movimiento. Por el contrario, tienes ahora que aminorarlo apoyando aún más los pulgares. Estas presiones conjuntas de los dos pulgares deben ser gradualmente más profundas, como si quisieran hundirse cada vez con mayor firmeza en el cuerpo del pene. Estas presiones no son constantes, sino progresivas: hay que apoyar un poco más fuerte al terminar cada movimiento.

El pene comienza a endurecerse; sólo ahora se requiere la estimulación directa y combinada de los demás dedos.

Como los pulgares se hallan colocados de frente a los mayores y a los anulares desde un principio, los índices resultan emplazados más arriba. Con estos dos últimos dedos imprimes entonces una presión análoga a la de los pulgares, quienes, por su parte, continúan a su ritmo lento. Así, estos cuatro dedos conjugan su presión de modo simultáneo; de ello se sigue una compresión cada vez más insistente.

La erección no está lejos. Repara en que desde el comienzo de esta estimulación no has desplazado para nada tus dedos.

Para terminar, los mayores y los meñiques juntan sus presiones, lo que aumenta considerablemente la dureza del pene.



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PRACTICA 15

El ejercicio que se expone a continuación da excelentes resultados para obtener una nueva erección si has tenido una eyaculación una o dos horas antes.

Incluso si el pene ha entrado en una fase de profunda resolución y cuando, precisamente por eso, un inicio mediante la masturbación clásica se declara inoperante, el movimiento que vas a descubrir superará tus esperanzas y borrará tu escepticismo.

Pero una vez más no se trata sólo de hacer el gesto adecuado, sino de hacerlo en el momento preciso. Si bien la imperfección es desde todo punto de vista normal, es necesario combatirla, pues su resultado es casi tan decepcionante como si se tratara de un gesto completamente negativo. Sólo mediante la repetición terminarás por encontrar la precisión del movimiento explicado, e incluso harás nacer de él tus sensaciones mediante una adaptación personal.

Tienes que colocarte del modo siguiente: acostado y con las piernas entreabiertas, colocas el pulgar y el índice derechos en oposición a una y otra partes y lateralmente respecto a la base profunda del pene, que está fláccido, por supuesto.

Estirando ligeramente hacia abajo y hacia el lado izquierdo, los testículos son atrapados por los demás dedos. El pene descansa inclinado hacia la derecha y sobre la ingle; el glande está totalmente descubierto. Colocas el pulgar derecho y el meñique del mismo lado en la cara dorsal del pene. Se encuentran formando casi un anillo a nivel del collar del glande. Los tres dedos restantes se hallan a lo largo del resto del pene y vienen a tomar posición en su base, tocándose el índice y el pulgar derechos; el mayor se coloca en el eje, mientras que el meñique y el índice lo hacen a cada uno de los lados.

Comienza entonces la estimulación.

Los dedos izquierdos aprietan, mientras que los derechos se hallan simplemente apoyados. La muñeca derecha debe ser extremadamente móvil.

Los codos descansan sobre la cama, contra las caderas. Los brazos no se mueven. Sólo la muñeca debe estar en actividad. Comienzas de la manera más rápida posible haciendo que la muñeca produzca vibraciones derecha-izquierda con una amplitud de un octavo de círculo.

Este movimiento no es en absoluto fatigante, sólo hace falta mucha levedad: se ha de proscribir cualquier clase de crispación. Estas vibraciones a velocidad «supersónica» electrizan el cuerpo del pene, que apenas resulta ro-zado por la yema de los dedos derechos, mientras que el pulgar y el índice se contentan con retener, simplemente, la parte anterior del pene.

A1 cabo de algunas decenas de segundos de esta estimulación, el pene se hincha y se estira nuevamente. Aprieta cada vez con más fuerza el pulgar y el índice derechos y luego relájate y vuelve a comenzar.

Conserva la misma cadencia de la muñeca derecha; luego, durante algunos segundos, adopta un ritmo muy lento, de unas cuatro o cinco sacudidas de la muñeca derecha. El pulgar y el índice derecho abandonan su posición en anillo y se vienen a colocar a lo largo del cuerpo del pene y sobre su dorso.

Retoma las vibraciones, acelera, quiebra nuevamente la cadencia, retoma la velocidad inicial, estira los testículos con la mano izquierda: el pene se alarga más todavía, pero debe permanecer en el interior de tu mano derecha. Los dedos derechos se ven obligados a abandonar la base del pene y se colocan más cerca de la zona media del mismo.




























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